lunes, 10 de noviembre de 2014

Euridice

Omar fue el hilo rojo que me unía tanto a la vida, como a la muerte, fue mi Orfeo. Acudía a él cada noche esperando sentir paz mientras platicábamos, afortunadamente lo lograba, me hablaba de la vida, de filosofía, del amor, de la soledad, de la muerte, de la marihuana, de su ancla y sobre todo, de la ilusión de coincidencia. Jamás olvidaré esas palabras escritas, poniendo en duda la realidad misma, aquella que en su momento me parecía tan irreal y tajante a la vez; me abracé a esas palabras cual si lo abrazara a él. ¿A quién? A Él, mi Orfeo, mi fantasma, mi deseo, mi anhelo y esperanza, mi hilo rojo.

Más que cualquier charla sexual o imagen del mismo tipo, me encantaba leer sus reflexiones, sus conclusiones sobre mí, una mujer terriblemente rota, dolorosa, sangrante. Le compartí mi espacio íntimo, más allá de cualquier apariencia física o carnal, le dejé ver mi interior mostrándome nítida y clara a sus ojos, sin nombre, pero completamente transparente. Lo cual no había hecho nunca, ¡jamás! Incluso con Mi Hombre no pude nunca ser tan transparente, un reproche callado de él hacia mí, como respuesta el silencio mismo.

Hoy me pregunto, ¿de qué depende? Me parece que no importaba mucho quién y cómo me viera estando yo deshecha, sin una identidad, sin un nombre, sin nada; medio muerta y a la deriva fue más sencillo dejarme ver, total, ¿qué más podía pasar entonces? ¿Morir? Un gran alivio hubiese sido. Sin embargo, Omar tuvo mucho que ver, él me estructuró, me dio un nombre, se atrevió a mirar en el abismo en una web para encuentros sexuales, hoy en día sigo pensando ¿quién era ese Omar? ¿Fantasma, alucinación, persona, un hilo rojo real, un ancla? ¿Cómo supo qué decir, qué palabras exactas usar en el momento preciso? ¿Por qué en vez de sexo inició hablando de mitología griega? Con cada palabra que decía, incluso antes de llamarme Eurídice, parecía que me conocía bastante bien, “ilusión de coincidencia” diría sonriendo.

También me excitaba. Me gustan los hombres grandes, fuertes, robustos y de preferencia de tez blanca, con un rostro tierno, ojos de poeta que contrastes con la fuerza que de su corpulento cuerpo emane. Omar decía medir un metro ochenta, en las fotos que enviaba aparecía un rostro casi infantil coronando un cuerpo robusto; muchas veces se me antojó arrodillarme frente a su miembro, mientras él seguía de pie, desnudo y ante mis ojos su pene erecto con un glande un tanto rosado, tan suave que mi lengua no puede resistir el sentirlo, lamerlo primero para luego irlo succionando suavemente, sólo el glande hasta que Omar me obligara sosteniendo mi cabeza, a introducir todo su pene dentro de mi boca rozando mi garganta, y yo, apretando su trasero intentando aguantar la respiración…


Todavía guardo una fotografía de él, sólo es su rostro, y como pie de foto la leyenda: “Tú dime…” Algún día, cuando el destino me vuelva a encontrar, buscaré en cada bar de Querétaro su rostro, cargaré en mi cartera su foto, para cuando lo encuentre pueda decirle, que ya sé quién soy y mi nombre es: Eurídice.







miércoles, 29 de octubre de 2014

¿Coger por coger?

Quizá no aplica conmigo. Nunca es realmente coger por coger, detrás hay algo más, una mueca, una palabra, una mirada diferente, aunque a mis casi 30 años puedo decir otra cosa. ¿Qué pasa? ¿Te sorprende cómo pasa el tiempo? ¿Esperabas acaso que los años hicieran una pausa mientras yo intento terminar esta historia? No querido lector, ciertamente el tiempo sigue su curso, y han pasado ya tres años desde que comencé a escribir este texto. ¿Qué importancia tiene mencionarlo? Nada, contextualizar, la misma intención que tuvo el indicar al inicio que esto sería un diario a retrospectiva, atemporal, no obstante, inscrito sobre el aura que deja el paso de la vida.

Así, a mis 28 años puedo optar por coger con quien me dé la gana, por el “solo placer de hacerlo” ¿Será? El mundo también gira fuera de esta historia, y así como en el sexo se rueda sobre el colchón para cambiar de misionero a cucharita, y luego rotamos para pasar a la de perrito; en la cotidianidad giramos y rotamos constantemente, de tal forma que cuando ayer nos pisotearon, hoy nosotros nos limpiamos el lodo sobre la geta de algún otro pobre idiota. La vida te va sacando la factura cuando le place y cuando a ti tampoco, un día te cogen, otras me toca a mí.

Hubo un chico, con cara de perro mamón, de esos medio jotos (sí, los perros también) me excitaba saber que me deseaba, cada vez que me dejaba entre ver sus ganas yo me sentía importante, entonces lo provocaba, a veces con palabras sutiles, otras con descaradas imágenes, siempre lejos, detrás de la protección y el anonimato que me daba una pantalla de computadora. Se llamaba Omar, su foto mostraba un rostro redondo, abundante cabellera negra y grandes rizos, piel clara, complexión robusta. Ni siquiera recuerdo de qué manera coincidí con él, en ese tiempo estaba de moda chatear por Hotmail, él me enviaba fotos de su rostro y cuerpo entero, a veces sólo de su pene erecto, otras veces fragmentos de videos porno mostrándome con ellos cómo quería cogerme, por el culo, generalmente.

Es una fascinación masculina, dar por culo, me pregunto si en ocasiones no fantasean, mientras meten su verga en un rico culo apretado de mujer, que desgarran el igual de estrecho culo de un hombre…

Dejó de enviarme chats cuando me negué a enviar fotos que incluyeran el rostro, hizo un pancho, se asustó, me amenazó y vociferó que seguramente era hombre y por ello no quería enviarle fotos de cuerpo y rostro completo. Con su arranque berrinchudo se acabó mi diversión, me sentí molesta al perder mi juguete en la web, y tener que buscar en el mundo real, la satisfacción de sentirme sexualmente deseada, pero además, que incluyera el plus de no poder poseerme. Hasta que encontré a René.

Digo encontré, quizá debería escribir re-conocí, descubrí, a René, un buen amigo de casi media vida, que hasta ese momento no había representado para mí nada más que una mancha en la pared, sexualmente hablando claro está. Una tarde, con un par de copas encima, me topé con la novedad de su excitabilidad sexual ante mi coquetería, “divertido” pensé en el momento, “más divertido” me dije más tarde cuando al mínimo roce de mi mano con su pierna tuvo una erección y de inmediato me prohibió tocarlo, mirarlo siquiera, respirar cerca de él y sobre todo sonreír con esa mirada perversa y mordiéndome los labios. Pero yo ya había encontrado mi sustituto de juguete, reunía los mínimos requisitos: me deseaba, yo controlaba su deseo a mi antojo y jamás podría poseerme, primero por ser amigos (lo que pesaba en él, no en mí) y segundo, por ser seminarista.

Su estatus representaba mi más grande protección; siendo seminarista sus ideales idílicos estaban con Dios y no en la carne humana, al mismo tiempo la posibilidad de pervertirlo, de hacerlo caer en “pecado” representaba mi más grande excitación del momento. Pronto me olvidé de Omar, a quien, debo confesarlo lo buscaba cada noche como se busca el recuerdo del ser amado, quizá porque aparte de las conversaciones sexuales que llegamos a tener, pudo ser mi ancla en un momento complicado de mi vida, en el que por segunda ocasión todas mis bases morales, ideales y filosóficas se habían movido en un temblor interno, derrumbando muchas y sepultando otras dejándome incapaz de encontrarme a mí misma.

Así yo lo conocía como Omar, pero yo no tenía nombre cuando él lo preguntó, y siendo honesta, buscaba en ese momento, en un sitio inadecuado por su explícito y único contenido sexual, alguien con quien hablar, lo sé muy absurdo más así soy yo, absurda, incongruente, tiendo a escupir hacia arriba. Me nombró Eurídice, puesto que me negué a darle mi nombre, no porque no quisiera, sino porque en ese entonces yo no sabía quién era y mucho menos reconocía mi nombre.

Sus charlas eran amenas, largas, profundas. Cada noche esperaba hasta verlo conectado para activar mi chat, fue mi ancla con un fantasma, con la muerte misma y como consecuencia con la vida, con el retorno del deseo inexistente hasta meses antes y al esfumarse por completo, me quedé de pronto a la deriva, sin una protección contra mí misma del desbordamiento de emociones que mi piel encarecidamente pretendía contener. Sin mi fantasma, me golpeo de lleno la realidad de la ausencia del único hombre al que verdaderamente he amado, un amor cierto, profundo, poderoso y mis impulsos autodestructivos se activaron, iniciando, por supuesto con el incontenible deseo sexual y la hiperactividad en este ámbito, pero claro que también me asustaba, jamás antes había sentido la imposibilidad de contralarme, toda esa energía estaba saludablemente depositada en mi pareja durante varios años, hasta que decidió marcharse y me quedé aquí, sin saber qué hacer con todo ello.

No, no estoy hablando de mi tío. Cuando él se marchó fue, ahora lo sé, relativamente sencillo, hubo dolor, comprendí lo que el amor no era, pero como en lo sexual nunca hubo placer, a pesar de sentir deseo me fue sencillo ignorarlo, ni siquiera tuve que recurrir a la masturbación para descargar la tensión. Siempre estuvieron para eso los libros, Eugenia Grandet, Papá Goriot, Mujercitas, La abuela y los sacerdotes, Diálogos con el Diablo, Responde como un hombre, El puente de Cassandra, entre mil más, que mantenían mi gran actividad soñadora y la líbido en otra parte, lejos del mundo real tan peligroso, tan doloroso; si por alguna razón no eran suficientes siempre quedaba el escribir, la música y  conforme fui creciendo, el deporte, la competencia física que al final se parece mucho a un combate en la cama.


Hablo del amor de mi vida, de Mi Hombre, de ese que sin tocarme, incluso sin verme la primera vez, me provoco un orgasmo espiritual, y mi alma se quedó pegada a sus ojos para la eternidad. No obstante, se fue, como se han ido todos desde que mi tío llegó a mi vida. A veces, aún lo busco en los fantasmas de la red, en otros rostros y otros cuerpos, en otra piel; cuando alguien me propone tener sexo, cuando alguien platica más de una hora conmigo logrando mantener mi atención, cuando lo extraño, cuando sé que en ese seguro no está. Por eso, coger por coger no va conmigo, siempre hay algo más: una mirada, unos labios, una forma de hablar, un deseo…



lunes, 20 de octubre de 2014

Te quiero, para quererte



Hubo un tiempo en que quise terminarlo todo, me refiero a la relación, aunque después he querido terminarlo todo en repetidas ocasiones (sí, de muerte hablo); recuerdo una escena con él, llevaba un par de días pidiéndole que dejara de buscarme, que sentía que esto que hacíamos no era correcto (he de haber tenido unos 11 años). Ese día fueron dos momentos, el primero estábamos en la puerta del comedor, una puerta café la mitad hecha de lámina y la otra mitad hecha de mosquitero, yo por dentro deteniéndome en la puerta semiabierta, él por fuera intentando convencerme.

Ojalá pudiera recordar los diálogos exactos, el punto es que yo le decía que ya no me sentía bien con la situación y su hija persiguiéndome por la casa, pues entonces su hija ya corría, recuerdo cuanto me dolía verla, saberla hija suya y de su mujer. Nótese, que el malestar proviene del saberle ajeno, formador de una familia con otra mujer, y no, como pudiese pensarse, del hecho de ser mi tío, en ese momento para mí no tenía nada de malo y no recuerdo que alguien me haya dicho lo contrario, o quizá sí, tal vez mi padre habló en algún momento del tema.

Estábamos, como decía, recargados en la puerta, yo dentro y él fuera, tengo la imagen, como una fotografía, en mi memoria, recuerdo lo difícil que era para mí, el deseo de que fuera él quien terminara todo y al mismo tiempo de que lo mantuviera, que dijera que me amaba y me preferiría ante todo…no fue así, él sólo preguntó si estaba segura y si ya lo había decidido, yo dije sí y que él tendría que ayudarme respetando ciertas cosas, como no verme justo como lo hacía en ese momento, no decirme como entonces que era hermosa y que, rozando con su pulgar mis labios, “tus labios son tan carnosos y chinitos” …ese tipo de cosas debían dejar de pasar. Aceptó, no sin antes aclarar que él no quería dejarme, pero que lo haría si yo se lo pedía.

Más tarde, en uno de los cuartos que no recuerdo si fue el de nosotros (papá y familia) o el del fondo de la casa. Ya, ya recuerdo, fue el de nosotros, en ese había una ventana alargada, colocada de forma horizontal casi a la altura del techo, de vez en cuando me gustaba espiar a las personas que llegaban a la casa o al abuelo cuando bailaba; algo ocupaba yo y pedí ayuda, él llegó y subiéndose a una silla alcanzó lo que yo ocupaba, estando arriba se rascó los huevos cuando se giró de frente a mí, yo bajé la vista y él se disculpó, pero al bajar de la silla quedó muy cerca de mi cuerpo y, sobre todo, de mis labios. Me besó y no, no pude rechazarle.

Así, todo siguió alrededor de un año más. Quizá fue el año más difícil de los cuatro que viví con él, ¿por qué? Constantemente sentía celos, fluctuaba de estar triste y enojada por no poder decirle a nadie que lo amaba, por saberle ajeno aunque me dijera que me pertenecía, que si pudiera  (o cuando pudiera, pues fue una promesa, que se llevaría a cabo al cumplir mis 18 años) me llevaría lejos para poder vivir juntos. ¡Cuánto dolor se fue almacenando en mí, cuántos desengaños, cuánto desamor!

Algunas tardes le pensaba con nostalgia, cuando no escuchaba su voz coqueteando con las clientas, cuando toda la casa estaba en silencio, sin los ruidos de las máquinas de coser, sin el radio sintonizando canciones de Bronco, la Mafia, Gloria Trevi, entre otros; entonces me recostaba boca arriba en la cama de la litera, viendo, jugando con el sonido de mis dedos rozando los resortes de la base de la parte superior de la litera y le soñaba despierta, abrazada a su cintura mientras huíamos en moto, me soñaba, embarazada, sin saber del todo qué significaba esa palabra pues en mis ensoñaciones ni siquiera tenía panza de embarazo.

La voz de su hija, o los pasos de él cambiando su ritmo al acercarse al local me devolvían a la realidad, contenía la respiración, me aseguraba de que fuera él y estuviera solo, entonces encendía la luz del cuarto para que supiera que estaba dentro, entreabría la puerta o salía al patio para coincidir y esperar…su invitación, al taller, al cuarto del fondo, al corral de los animales…a donde fuera pero que fuera con él.


Es verdad, yo le amaba. Tan sólo quería quererlo. Pero eso, no ha dejado de pasar, como una serie fotográfica pasaron ante mis ojos Víctor, Javier y Alberto… de los últimos aún me resuena su nombre como un eco, como un Eco, que de tanto rebotar sus nombres en el vacío no se pierden, sino que se unen fusionándose con un todo.


domingo, 5 de octubre de 2014

La primera vez

¿La primera vez? Sé que la escribí en algún lugar, incluso más de una vez en momentos temporales distintos, el problema ha sido encontrar los textos y en mi búsqueda encontré esto:

“Quiero hablarte. Hoy escuché tu voz. Sé que eras tú, lo supe porque mis pasos se hicieron lentos y una aprensión en el pecho me obligó a dar media vuelta y recorrer mis pasos de reversa. Sin embargo quiero hablarte.

¿Encontraré el valor algún día?

Quiero hablarte, necesito hablarte mirándote a los ojos, necesito escucharte o no escucharte, saber si es silencio lo que queda por decir, saber a que huele ahora tu presencia, saber si me dueles porque te amé o me dueles por tu traición, necesito entender esa mirada lasciva que aún busca desnudarme.

Quiero hablarte mirándote a los ojos y que me mires también, que me sostengas la mirada como lo hacías antes, quiero hablarte y al hacerlo saber que sientes, saber si sientes, saber si fue, saber si hubo, saber si fui, saber que fui...

Quiero hablarte y que pierdas el valor, reconocerte de entre las sombras del pasado, encontrar de nuevo esos ojos que tiemblan al sentirme cerca deseando y no, quiero hablarte sin decirte nada, que me veas frente a ti para que sientas que me tienes cerca y tu máscara se caiga, como antes, como siempre, como nunca...

Y te dejo esto que escribí hace tiempo y hoy se tropezó conmigo al entrar en el baúl de los recuerdos:

(fragmento)

¿Que si te recuerdo? ¡Claro!
Eres la causa por la que sufro y por la que rio,
debo decirlo, gracias,
porque me mostraste los peligros de la vida,
porque me enseñaste a decir te quiero...”

El fragmento final lo escribí a la edad de entre 13 y 14 años. El texto previo fue escrito el 06 de julio del 2009. Hoy es 06 de octubre del 2014 y parece que sigue vigente, salvo por el temor que me provocaba el tener que tropezar con él por el pasillo, o la acera…en realidad no sé si lo he superado o quizá es sólo que ahora yo decido que lugares no frecuentar, como la casona de la abuela.

Pero el tema es la primera vez, ¿cierto? Qué les digo, es algo que quisiera no recordar y posiblemente de tanto recordarlo las imágenes se han ido borrando progresivamente de mi mente, sin embargo haré un esfuerzo.

Ocurrió al poco tiempo del primer contacto en el cuarto más grande de la casona. En su cuarto y de noche, recuerdo la ropa que yo traía puesta: un pants verde y una playera rosa, zapatos (no tenis) y calcetas blancas…comenzó como siempre, mirar mi blusa, tocar mis pechos por encima de la misma; poner mis manos en su pecho para sentir su corazón acelerado, luego, usó mis manos para acariciar su miembro aun blando, de pronto ya estaba desnudo…me esfuerzo pero no hay secuencia temporal en esta historia.

La siguiente imagen es él recostándome sobre la cama y diciendo: “sólo quiero sentirte, sólo un poco” Bajó mi pants y mis pantaletas, me abrió las piernas y en pocos segundos apretó fuertemente mi boca para acallar el grito en el instante en que desgarraba con su pene mi vagina. No recuerdo más, al parecer me desvanecí temporalmente debido al dolor. Cuando desperté tenía mi ropa en su lugar, él estaba cerca de mi rostro observando y de inmediato preguntó si podía sentarme. Mi rostro tenía lágrimas secas, no tenía voz pero intenté afirmar con la cabeza, sin embargo al incorporarme para sentarme rompí a llorar, me era imposible sentarme debido al dolor en la vagina, tampoco podía caminar.

No recuerdo más, no sé cómo salí de esa habitación o si él me llevó a algún otro lugar. Las demás relaciones sexuales quedaron igualmente bloqueadas de mis recuerdos, en su lugar, se fueron sembrando en mi memoria todas las sensaciones, los olores y las fantasías que con el tiempo se formaron alrededor de lo que más tarde fue una relación incestuosa, que yo creía de profundo amor.


miércoles, 1 de octubre de 2014

Moisés



¿El primer momento? Secundaria. Si no lo he mencionado, tuve un gusto peculiar por los hombres de alrededor de 20 años desde que yo tenía 8; en una plática una psicóloga me dijo un día (charla de amigas): “una señora me dijo un día, yo soy súper estable” -¿cómo, a qué se refiere con estable? –Le pregunté yo, y siguió:sí, muy estable, mire a los 15 años me gustaban los de 20, a los 30 me gustaban los de 20 y a mis 45 años, me siguen gustando los de 20”

Yo no soy tan estable. A los 8 me gustaban los de 20, pero a los 14 me gustaban los de 36. Esa edad tenía Moisés cuando me atreví a buscarlo, porque he de admitirlo, yo lo busqué. Me gustaría contarles un poco del contexto familiar y personal de mis 14 años, pero temo que todo se lea como meras justificaciones, así que si van a pensarme puta que no haya excusas.

Lo conocí en secundaria, desde entonces me fue atractivo, la primera vez que me atreví a aceptar lo que me provocaba cursaba el tercer grado, por alguna razón para el caso irrelevante, había consumido una gran cantidad de analgésicos sentada en la esquina de una escalera durante el receso, alguna amiga de entonces se dio cuenta y de inmediato acudió con la “psicóloga” de la escuela llevando el frasco vacío en sus manos. Mentiría si les digo que recuerdo la secuencia de hechos, pero imagino las siguientes imágenes:

Yo sentada en el rincón de la escalera, sintiendo dolor físico y otro aún más profundo depositado en el fondo de mi alma, en la mano un frasco de analgésicos nuevo, que debería calmar el dolor físico… El frasco vacío en mi mano. Mis ojos fijos en el fondo del frasco dándome cuenta que el dolor físico se ha convertido en músculos flojos y un tranquilizante sueño. Una voz chillona y lejana que me llama mientras toma el frasco de mi mano. Pasos lejanos, alguien corre. Un par de brazos que me arrastran apoyándome sobre sus hombros. Laguna mental. Estoy sentada frente a un escritorio, intento ponerme de pie, parece ser el cuarto de equipo deportivo. Laguna mental. Estoy abrazando al profesor de deportes (Moisés), mi cuerpo se siente cada vez más flojo. Me siento bien abrazada a él, escucho su corazón y mis manos tocan su dorso, él emite sonidos pero no capto palabras. Alguien más entra. Laguna mental. Mi casa, papá, lloro diciendo: “¿dejarás de quererme?”. Laguna mental. He despertado en una camilla de hospital, dicen que logué vomitar un buen porcentaje, ahora debo ir a casa.

Después mágicamente terminó el ciclo escolar, pero mis ojos cambiaron al mirar a Moisés, cada vez quería abrazarlo pero no me atrevía. Un año más tarde, ya siendo bachiller, no recuerdo secuencia de hechos, pero las imágenes son: Moisés pidiendo ayuda para guardar los balones en los costales, yo y otra compañera yendo detrás de él para guardarlos en la respectiva bodega; Moisés muy cerca de mí, yo rozando mis pechos contra su espalda intencionadamente, él reaccionando girando despacio hasta quedar de frente a mí, las miradas preguntando y encontrando respuestas, yo nerviosa, él experto. Un beso suave, otro más. Mi sonrisa, sus ojos preguntando un poco más, yo abrazándolo y sus fuertes brazos cobijando mi duda, mientras su sonrisa tierna me calma y su voz dice: debemos irnos, si quiere la llevo a su casa…

Así inició un corto periodo de “acercamiento” con Moisés. Tres veces a la semana, después de clase de deportes yo lo acompañaba a la bodega a guardar los balones, había besos y caricias profundas aunque he de confesar que le profesaba cierto afecto y él, avanzaba despacio. Recuerdo un viaje deportivo, elegí sentarme a un lado de él, ya de regreso la mayoría iba dormido y el autobús completamente oscuro, mis manos comenzaron a rozar su pierna muy cerca de su miembro, el mensaje era claro, así que tocó mi mano y la llevó a sus testículos, luego me hizo esperar a ponerse encima una sudadera, seguí acariciándole ahora el pene que ya estaba completamente erecto. Me agradaba la sensación de su miembro en mis manos, era grueso y más grande que el promedio, lo sentía tan duro que luego me daba miedo y lo soltaba, no había conocido antes un pene tan grande, grueso y con erecciones tan firmes como ese y nadie nunca me había penetrado aparte de mi tío, así que cuando recordaba la horrible sensación de ser abierta por un miembro mucho más pequeño temía que Moisés pudiera lastimarme mucho más. Quizá él percibía mi temor y por ello nunca se acercó a mi vulva de ninguna manera posible, sus besos iban de mis labios al cuello y pechos, sus manos rozaban muy apenas mi pubis y apretujaban mis nalgas.


Hoy, recuerdo a Moisés con mucho cariño, en parte por permitirme explorar la sexualidad de una forma más libre, sin coerciones, sin exigencias, dejando que el ritmo lo llevara yo, que yo decidiera hasta dónde, cómo y cuándo; además, por decidir rechazarme cuando estuve dispuesta a una relación coital, nunca dijo no, sólo evito las circunstancias y eso, hoy se lo agradezco con todo el corazón.


miércoles, 18 de junio de 2014

De Refugios y Guaridas



Intenté hacerlo, la verdad creo que no me salió del todo bien. Mi refugio fue recabar una serie de escritos que formaban una historia real, aunque oculta, una serie de cuentos que para mí representaban mucho más allá del significado literal de las historias, luego imprimí varias copias y las repartí al azar entre mis amigos. Ese fue mi refugio, mi consuelo, mi perdón y mi ancla. Después de eso volví a perderle el rastro a Daniel y no lo he visto ya, quizá en un par de décadas más me lo encuentre por la calle.

La primera vez que sentí terror, la primera vez que me tocaron, mi refugio fue el soñar. Me tiraba y rodaba en el piso imaginando historias, cuentos de hadas donde siempre era rescatada y me llevaban lejos de casa, a un lugar lleno de árboles, cerros y mariposas, donde corría libre y siempre riendo, donde sentía el viento en el rostro y mis manos por alguna razón siempre estaban abiertas hacia el cielo. Todavía sé soñar, por si les surgió la duda. De vez en cuando me sorprendo volando alto, persiguiendo mariposas o escuchando las hojas de un árbol al roce con el viento; lamentablemente estos sueños resultan no ser tan protectores como en la infancia, me dan algo de paz, pero la angustia no desaparece.

Con el tiempo descubrí que el sexo, además de todas las acepciones ya referidas a lo largo de mi historia, resultaba ser también una especie de guarida, un refugio más o menos doloroso, más o menos confuso y de vez en cuando, atentaba ser incluso placentero.

Después de Daniel llegaron innumerables listas de amigos hombres, pero ningún novio. En cuanto vislumbraba la posibilidad me alejaba, prefería mantener amores platónicos o imposibles, como ese chico guapísimo que era basquetbolista, o como ese hombre jovial y coqueto que por las tardes me instruía en las artes del deporte y el atletismo…Lo nombraré Manuel. No, no puedo nombrarlo Manuel, porque ese nombre pertenece a un hombre enorme y gordo, muy gordo, trabajador de mi abuelo y ayudante de mi tío, fue quizá, el segundo en darse cuenta que algo ocurría entre mi tío y yo. Una tarde cualquiera, supongo yo que luego de hacer sus conjeturas al respecto, se acercó al negocio familiar que yo cuidaba y me propuso algo, dijo más o menos esto:

“hola. Sabes que me voy a casar pronto ¿verdad? –Sí, me dijo mi papá. –Bueno es que yo quería proponerte algo antes de casarme, pero no sé si deba… -Se notaba bastante nervioso, un hilo de sudor recorría su frente y al estar de pie frente a mí su enorme panza gelatinosa temblaba. –Pues no sé, dime y ya veremos. -¿Segura? Mi sexo sentido ya intuía hacía donde quería llegar, sentí más asco que el normal cada ves que lo veía, así que sólo esperé a que continuara. –Quisiera pedirte que hicieras conmigo algo de lo que haces con…tu tío. -¿Y qué hago con él? –Tú sabes… Sus manos comenzaron a detallar la silueta de un pecho, con algo…un objeto de fierro que no recuerdo qué era, siguió hablando de lo grandes y hermosos que eran los míos, de cómo yo era tan pequeña y tenía esos hermosos pechos y de que cuando se casara ya no podría verlos, así que sólo me pedía ese favor, un beso, un beso a mis pechos y nada más.


Le dije que sí para que se fuera. Desde entonces evitaba encontrármelo. Jamás me vio un seno desnudo y mucho menos lo besó. Ahora mismo siento náusea con ese recuerdo intruso que evitó que les platicara de ¿M…oisés? Si no les importa le dejaré ese nombre, Moisés no es tan mal nombre, su historia queda pendiente por hoy.


jueves, 29 de mayo de 2014

Detrás de cada Te Quiero. Segunda parte

Pero bastante largo se va haciendo ya este tema, que más que un diario a retrospectiva se va convirtiendo en una catarsis de emociones actuales, lo dije al inicio de todo, es un diario a retrospectiva escrito muchos años más tarde de cuando ocurrieron los encuentros aquí narrados, pero también e inevitablemente es una maraña de confusiones atemporales, sentimientos ambivalentes y escenas de un mundo pasado-presente.

Con Víctor recibí el último golpe al corazón por un buen par de años, coincidiendo con mi entrada a la educación secundaria en un estricto sistema de normas conductuales y morales, así como mi…cómo llamarlo, mi desprendimiento del hombre que por cuatro años me enseñó lo que es el “amor”; dejé de lado el gusto por los hombres y me concentré en estudiar, ser una buena hija, cumplir con los parámetros establecidos para ser mujer y de vez en cuando inundaba mis cuadernos con letras doloridas y desgarradores deseos de muerte.

Sin embargo conocí a Daniel. Ingresó a mi grupo en segundo grado, con él llegaron Ch. y J., al igual que Juana y la Coneja. Desde el principio hicimos click, él era bastante peculiar, tenía una cicatriz enorme en el brazo izquierdo, decía que se había quebrado todo el brazo y la cicatriz era el recuerdo de la cirugía. Fue el primer chico con el cual pude hablar durante horas y horas, mucho más de lo que usualmente charlaba con mis amigas y además opinaba acerca de todos los temas. Su novia era mayor, estudiaba el bachillerato y frecuentemente me contaba sus aventuras sexuales, además de pedirme consejos.

Él era originario de Celaya, aunque sutiles había diferencias en costumbres y lenguaje. Su madre trabajaba bastante todo el tiempo, así que Daniel gozaba de suficiente tiempo libre, la única vez que fue a visitarme a la casa de mis padres por la tarde me negaron la salida. A mi padre no le hacía mucha gracia eso de ver a los amigos en horas extraescolares y mucho menos que acudieran a la casa. Pero yo visité lo que era su hogar una vez, no pude entrar, el edificio era enorme tipo condominio y Daniel estaba ocupado dentro.

Tenía la costumbre de agasajarse a algunas de las compañeras del grupo, y extrañamente todas se dejaban con él. Varias ocasiones los llevaron a la oficina de la Madre Superiora, a mí me daba la impresión de que eso los alentaba mucho más. Recuerdo un episodio de sus aventuras sexuales con su novia de entonces, ambos fueron a un evento festivo en un pueblo cercano a la ciudad, en ese entonces casi era un pueblo fantasma, ahora es pueblo mágico; dentro de las festividades las personas podían quedarse la noche allá, acampaban en las ruinas y los más osados en las minas abandonadas. Daniel se quedó esa noche con ella al aire libre, recuerdo bien como iba poco a poco detallándome que la había besado primero suavemente en los labios, para luego pasar a besos más profundos donde la lengua jugaba un buen papel, misma que más lento pero igual de certera recorría del cuello a la altura del inicio de los pechos. Imaginaba a ambos sobre un ruín muro de adobe, sosteniéndose ella como pudo de una roca, emitiendo leves quejidos con cada roce de su lengua sobre el cuello y deseando más. Daniel explorando con su lengua y sus manos el cuerpo de su novia, desabrochando un botón aquí, bajando un cierre allá; sintiendo las mejillas calientes, la boca seca y el sexo húmedo…
-¿Por qué no hacerlo todo? Pregunté –Por qué así es mejor, poco a poco, quedarse tantito con las ganas, saber que más adelante podrás tocar y sentir más, además es menos riesgo, me vengo en mi ropa interior con ayuda de sus manos y jamás habrá peligro de embarazo.

Jamás me rozó siquiera el cabello, jamás coqueteo conmigo; coleccionamos montañas de papeles, cuando todavía se usaban como medio de comunicación en el aula, compilamos segundo tras segundo de charlas amenas. Por primera vez en la vida me sentí comprendida y aceptada tal cual, sin tapujos, sin exigencias de perfección, con la verdad de frente, sino toda al menos lo esencial. Aprendí de sexo como nunca en los cuatro años anteriores de mi vida, siendo que a pesar de haber perdido la virginidad desde temprana edad no sabía absolutamente nada de lo que era tener una vida sexual activa y sino plena, cuando menos satisfactoria y placentera. Daniel representa a mi primer amigo hombre y muchos años más tarde, él único que a la distancia pudo salvarme de un abismo profundo en el cual caí. “Construye un refugio” –dijo.

miércoles, 28 de mayo de 2014

Detrás de cada Te Quiero. Continuación

El sexo es sexo a final de cuentas. Llega un momento en que todos somos sólo animales, un momento en que sólo nos importan las sensaciones placenteras que nuestro cuerpo está a punto de experimentar, a veces hay que malear los medios, otras, simplemente podemos pedirlo y allí está. En la palma de la mano, la única palabra que todo el mundo entiende claramente: Sexo. Excepto yo. El sexo tiene innumerables significados desde mi guarida; lo mismo que un beso en la mejilla no es igual a un beso en los labios, el sexo para mí no es lo mismo por las noches, las mañanas, las tardes o las madrugadas; tampoco es igual cuando es en sábado, lunes o martes. Probablemente parezcan absurdas mis comparaciones, mis diferenciaciones pero son ciertas. Ante la plática a una amiga de mi último encuentro sexual, al final sólo pregunto: ¡Y luego! ¿Qué se hace después? Te levantas y te vas, pensé, pero sólo suspiré.

¿Qué se hace después? Todo depende de qué se hizo antes. Casi a los doce años de edad, llevaba ya casi cuatro años de relación incestuosa con ese tío, mi corazón ya se había roto un par de veces: primero cuando supe que tenía novia, después cuando esa novia tuvo una hija, antes cuando me indujo un aborto y no lo comprendí hasta varios años más tarde. Esas verdades fueron cambiando mi concepto del amor y la pareja. El golpe fatal vino un par de meses más tarde, cuando todo en casa salió a la luz y para muchos, por no decir que todos, yo fui la mala del cuento. Lo tuve frente a frente, esperando escuchar un te quiero, un no te preocupes yo lo resolveré o cualquier frase que demostrara el supuesto amor que me había sexuado desde hace cuatro años atrás. Eso no ocurrió, frente a mí estaba un rostro que no se atrevía si quiera a mirarme, un rostro frío que miraba indiferente hacia un lado, y la única frase que de su boca salió fue: ¿y ella? La grandiosa respuesta ante la ira de mi padre y el deseo de que se largara de la casa, ¿y ella?

¿Y yo? Una pregunta que llevaba implícito la solicitud de un castigo por igual, que en el trasfondo preguntaba ¿Por qué he de ser yo quien se marche? ¿Por qué no ella? ¿Por qué no apedrear a la prostituta? Todo el amor que creía cierto, toda la confianza plena depositada en él, todas las certezas se esfumaron bajo mis pies quedando al descubierto una inmensa confusión, ¿Qué estaba ocurriendo allí? ¿Por qué todos estaban tan molestos? ¿Por qué no podíamos querernos? Pero sobre todo, comprendí que él no me amaba, que lo que hubo entre los dos estaba sólo en mí y que como ganancia él había tenido mucho sexo durante cuatro años. ¿Qué se hace después? Agarras lo que te quede de dignidad e intentas reconstruir los pilares básicos de la vida.

Algo similar pasó con Víctor, ambos teníamos la misma edad, casi doce años, todo esto ocurrió paralelamente casi. Debido a mi cada vez más fuerte rebeldía en la escuela, a varias escapadas con el novio, y a que ese novio me doblaba la edad; mis padres se vieron orillados a enviarme una escuela decente. Allí conocí a Víctor, un chico alegre, guapo, de un tono moreno encantador, con ese brillo en la piel y en la mirada que gritan “tócame” y yo no pude resistirme a su llamado. Casi de inmediato comenzamos a ser novios, era un novio de verdad, platicábamos, en el receso estábamos juntos y de vez en cuando nos escapábamos entre clases a los sanitarios.

Fue el primer pene que por mi propia cuenta coloqué en mi boca. Fue la primera boca que con mi permiso lamio mis pezones. Con Víctor conocí el jugueteo de fingir que nada se sabe acerca del sexo, el fingir ser virgen, el placer de pervertir a otro y el encanto de ser seducida una y otra vez por una sonrisa y unos labios que saben cómo y dónde besar. Luego, resulto que mis muestras “sexuales” de afecto no fueron suficientes, o tal vez mal entendidas. Yo le daba cariño y él pensó que yo era una fácil, honestamente sigo sin comprender la diferencia, pero como les decía, yo no entiendo mucho del idioma de las personas.

Para mí, al menos entonces, permitir que tocara mi seno y luego lo succionara lentamente con sus labios quería decir que estaba profundamente enamorada de él, cada vez que lo abrazaba le decía te quiero en esa entrega, y si aceptaba chuparle el pene era porque pensaba que así le demostraba lo importante que era para mí. Era lógico, eso había aprendido a lo largo de cuatro años de relación con mi tío. Luego me di cuenta que no era ese el lenguaje que utilizaban a mi alrededor. Para todos los demás eso era ser una fácil o una puta, que para el caso es lo mismo. Víctor terminó yéndose con la chica más lista del otro grupo, no porque yo no lo fuera también, pues era la primera de mi grupo, sino porque ella no le dejaba hacer nada más allá que tomarla de la mano y de vez en cuando darle un abrazo… ¿Qué se hace después? Aprendes y te sigues tropezando.

Detrás de cada Te Quiero. Primera parte

¿Qué hay detrás de cada te quiero? ¿Qué hay debajo del calor de un abrazo? ¿Qué significado esconden las frases: “quédate” “no te vayas” “duerme conmigo”? La primera vez que me hice éstas preguntas, lo había encontrado saliendo de su cuarto alrededor de las 11 de la noche, bañado y perfumado. Salió silbando y sonriente, al encontrarnos le pregunté a dónde iba y sólo dijo que saldría un rato. Yo sospechaba desde hacía un par de semanas que tenía una mujer fuera de los cuartos de esa casucha vieja, pero jamás me había atrevido a preguntar, ¿sería eso normal, tendría yo el derecho? Él decía que me quería y yo le creía, me pedía que fuera cada noche a su cuarto y yo iba, me pedía que le escribiera cartas, que lo abrazara, que me quedara y le dijera te quiero; y yo, yo lo hacía y en este punto de la historia sé que lo sentía, lo amaba de una forma que no conocía antes, quizá por eso de pronto el saber que “salía” por las noches antes de verme me dejaba como un piquete en el corazón.

Esa noche llegó más de madrugada que de costumbre y entonces le pregunté: ¿tienes novia? Confieso que no recuerdo su respuesta, no recuerdo nada más. Me quedó sólo la certeza de no saber el significado de nada, de que quizá el amor no era nada de lo que yo sentía ni pensaba, de que a partir de ese momento no volvería a entender jamás el significado de un abrazo, de un te quiero, de un quédate…
Todavía me pasa. Es quizá que no entiendo aún el significado que todos le dan a las letras, a los mensajes faciales, corporales o verbales; quizá no entiendo incluso el significado del sexo. Tal vez todo para mí tiene matices distintos, de mil colores, de mil formas…

Después de esa noche decidí que yo también podía tener novio o novios, así me fui a la escuela al día siguiente pensando en decir sí al primer chico que esa tarde me lo pidiera, después de todo a diario me lo pedía más de alguno. Me había quedado claro que la fidelidad no entraba dentro del sistema de amor que yo estaba viviendo. Aun no entiendo por qué, pues para mis ojos no existía otro hombre con el que yo quisiera estar, a pesar de no sentir básicamente nada con eso que llamaban “hacer el amor” y finalmente, ¿qué significaba eso? Si el amor, me parece, no se hace juntando los sexos y pidiendo que el otro se quede a dormir, pero claro eso lo pienso ahora.

El afortunado se llamaba Jesús, un chico de sexto grado, un par de años mayor a la edad correspondiente a esa grado; moreno, chaparro, gordo y feo, sus mejores cualidades: saber hacerla de perro guardián. Recuerdo que le dije sí sin chistar, pero luego me dio un tremendo asco cuando quiso besarme, así que le dije que seríamos novios pero sólo podríamos tomarnos de la mano, no besos, no abrazos. Me miraba con ojos de borrego a medio morir y aceptó mis condiciones, durante varias tardes babeaba cada vez que me encontraba en el receso y a todos sus amigos les dijo que yo era su novia, lo cual me molestó demasiado, me avergonzaba de él, en mi fantasía había pensado tener novio sólo para contárselo a mi tío pero ahora toda la escuela lo sabía. Tomé cartas en el asunto, comencé a coquetear con un chico de sexto del otro grupo y bueno…la historia ya la conocen, su novia terminó diciéndome que me lo regalaba y que me lo metiera por donde más quisiera y Jesús, simplemente comenzó a bajar la cabeza cada vez que me encontraba en el receso.


Lo sé, quizá merezca lo que ha pasado después con cada uno de los hombres de mi historia. Fui intencionalmente mucho más cruel durante muchos años después, con cada uno, con cada chico que de verdad me mostraba afecto y respeto. Ahora lo pago con creces, y cuando digo “quédate” es en verdad quédate, en mí, conmigo y para mí. No esta noche, no una hora, no lo que dura una verga dura o en lo que calmo mi ansiedad. Lo cierto es que no lo digo a menudo, y podría resumir a tres la cantidad de personas que me lo han escuchado decir, y una más a la que sólo se lo dije en mi mente, pues de antemano sabía que se marcharía.


lunes, 13 de enero de 2014

Trueque

A las 12:00 am mi padre apagaba su lámpara de noche, no pasaba mucho tiempo y se empezaban a escuchar sus ronquidos, él era siempre el último en dormir. Para entonces yo tenía los ojos bien abiertos para que se acostumbraran a la oscuridad. Aprendí algunos trucos para caminar sin ver y no tropezar ni hacer un solo ruido, incluso llevando zapatos; enseñé a mi corazón a bajar su ritmo cardíaco para controlar el ruido de las respiraciones; me las ingenié para que las gordas llaves de mi padre no hicieran ruido al girar la perilla de la puerta pero sobre todo, para que él no despertara cuando yo me acercara sigilosamente a tomarlas del buró de su cama.

Mi oído se agudizó, aprendí a escuchar el sonido del silencio y a diferenciar un silencio de otro, el aviso del peligro, el momento justo de regresar sobre mis pasos, de pararme en seco o de avanzar más de prisa; mis dientes y músculos se adaptaron a sentir el helado frío de las madrugadas sin temblar o castañear. Cada noche, durante cuatro años salí de madrugada de ese cuarto, con el tiempo me volví más intrépida y no regresaba hasta que amanecía, segundos antes de que todos despertaran. Cuando abrían los ojos yo tenía mi uniforme escolar puesto, jamás imaginaron que debajo de la blusa y debajo de la falda, no llevaba ropa interior alguna.

Pero me adelanto en la historia. Como decía minutos después de media noche mi padre era una tumba, yo esperaba aproximadamente media hora para estar segura de que no despertara con algún pequeño ruido. Alrededor de la una de la madrugada llegaba a mi destino después de pasar por un largo pasillo completamente oscuro y frío, temiendo siempre encontrar algún gato, insecto o rumiante que pasara entre mis pies o me cayera del techo. Ese trayecto era el más riesgoso. La casa era vieja, adornada con increíbles historias de fantasmas y gente que decidió morir allí y eso…asusta cuando lo que haces es tan secreto que ni los fantasmas deben enterarse; por ello ocupaba unos 20 minutos en llegar hasta el cuarto de él.

A veces, ya en el cuarto tenía que esperar unos segundos pegada a la puerta para que mis ojos se acostumbraran de nuevo al cambio de luz, aunque el ventanal filtraba un poco de luz de luna la parte de la cama siempre era sumamente oscura, por lo que no podía saber de forma inmediata si había alguien dentro o no.

Esa noche llegué al cuarto después de llevarme un tremendo susto. Cuando llegué a mitad del camino escuché pasos en la escalera que subía al cuarto de una tía, las escaleras estaban justo enfrente del cuarto de mi tío y por un instante no supe si regresar, avanzar de prisa o esperar justo donde me encontraba parada. Afortunadamente mi cuerpo reaccionó por sí solo y me refugió detrás de la barda de la cocina. Mis oídos escucharon con atención, la persona bajó encendió la luz del patio principal, entró al baño, tardó varios minutos y regreso a su cuarto. Luego se escucharon más pasos, pero ahora venían del exterior, abrieron y cerraron la puerta de la entrada a la casona, avanzaron suavemente y entraron al cuarto de mi tío. Entonces pensé en regresar por donde había llegado, pero supuse que tendría que ser él pues normalmente era su hora de llegada después de salir por la noche.

Así, una vez repuesta mi cordura, volví a escuchar pasos, alguien volvía a salir del cuarto y entraba al baño luego regresaba y todo volvía a ser silencio y oscuridad. En ese momento avance despacio y entré sigilosa a su cuarto justo cuando él emparejaba la puerta, ahora fue él quien se asustó, luego de besarme profundamente los labios preguntó:

-¿Nadie te vio?

-No. Nadie.

Siguió entonces besándome, luego se dio cuenta de que había seguido sus instrucciones, llevaba mi blusón rojo y nada debajo…mi piel estaba fría a lo largo de mis piernas y mis nalgas comenzaron a enchinarse ante la sensación del calor de sus manos.

Recuerdo bien cada sensación, el calor inundando cada poro de mi piel, el inevitable dolor en el pecho, una punzada en el estómago y un cosquilleo más abajo. Jamás lo disfruté. Pero ya no me molestaba, para mí era un trueque, un poco de sexo por amor, si a eso se le puede llamar amor. Un poco se sexo por compañía, por sentirme parte de algo o de alguien.

La primera vez que lo vi desnudo, pensé: “qué feo es sin ropa”. Sin pantalones se le iba también parte de su gracia, lo seductor de su mirada se perdía entre sus escuálidas piernas flacas; la coquetería de su caminar era risible al descubrir unas nalgas más bien planas y todo el dominio que imponían sus palabras moría en un miembro pequeño incapaz de mantener una erección por más de 15 minutos. Sin embargo yo sólo tenía 10 años…

Esa noche por primera ocasión no me pidió de inmediato que mi boca hiciera su trabajo jugueteando con su pene. Me recostó en la cama sin quitarme el blusón, yo simplemente hacía todo lo que me indicaba. Subió un poco mi blusón para lamer mis pezones; siempre el derecho mientras que con la mano acariciaba el izquierdo y hundía su dedo medio en mi pezón hasta sumirlo entre mi seno. Nunca supe por qué disfrutaba hacer eso. Luego pidió que abriera mis piernas. Yo suspiré profundo al suponer que vendría lo de siempre, su miembro desgarrando mi vagina, ese ardor quemante de su pene entrando y saliendo de entre mis piernas; pero no pasó, esta vez agachó la cabeza y se puso a lamer durante unos minutos.

La sensación de su lengua en mi vulva era extraña y tan suave, luego, mordisqueo algo y un estremecimiento me recorrió las piernas hasta la cadera, allí se detuvo, me volteo boca abajo cerrándome las piernas y de pronto sentí el comienzo de un dolor intenso. Le pedí que no lo hiciera mientras me movía inquieta para intentar ver qué hacía conmigo, ¿Duele? ¡Sí, mucho! Tranquila, sólo quería probar, pero si te duele tanto no lo haré. Duele mucho. Está bien, ven…


Se recostó en la cama y me pidió el acostumbrado sexo oral…las mismas palabras, la misma duración…luego me pidió sentarme encima de su miembro, lo hice y me quedé así quieta, muévete pedía y mi respuesta sólo fue, no sé cómo; está bien, sólo recuéstate un poco sobre mí y yo me encargo. Así de nuevo él se movía entrando y saliendo de mi estrecha vagina, aunque seguía doliendo, esta vez no había sensación de ardor, mi vagina había lubricado un poco al contacto suave de su lengua y su pubis me provocaba una sensación curiosa al roce. Terminó a los 5 minutos, como casi siempre, con la frase acostumbrada “te sientes tan rica que no puedo aguantar más”.