miércoles, 29 de octubre de 2014

¿Coger por coger?

Quizá no aplica conmigo. Nunca es realmente coger por coger, detrás hay algo más, una mueca, una palabra, una mirada diferente, aunque a mis casi 30 años puedo decir otra cosa. ¿Qué pasa? ¿Te sorprende cómo pasa el tiempo? ¿Esperabas acaso que los años hicieran una pausa mientras yo intento terminar esta historia? No querido lector, ciertamente el tiempo sigue su curso, y han pasado ya tres años desde que comencé a escribir este texto. ¿Qué importancia tiene mencionarlo? Nada, contextualizar, la misma intención que tuvo el indicar al inicio que esto sería un diario a retrospectiva, atemporal, no obstante, inscrito sobre el aura que deja el paso de la vida.

Así, a mis 28 años puedo optar por coger con quien me dé la gana, por el “solo placer de hacerlo” ¿Será? El mundo también gira fuera de esta historia, y así como en el sexo se rueda sobre el colchón para cambiar de misionero a cucharita, y luego rotamos para pasar a la de perrito; en la cotidianidad giramos y rotamos constantemente, de tal forma que cuando ayer nos pisotearon, hoy nosotros nos limpiamos el lodo sobre la geta de algún otro pobre idiota. La vida te va sacando la factura cuando le place y cuando a ti tampoco, un día te cogen, otras me toca a mí.

Hubo un chico, con cara de perro mamón, de esos medio jotos (sí, los perros también) me excitaba saber que me deseaba, cada vez que me dejaba entre ver sus ganas yo me sentía importante, entonces lo provocaba, a veces con palabras sutiles, otras con descaradas imágenes, siempre lejos, detrás de la protección y el anonimato que me daba una pantalla de computadora. Se llamaba Omar, su foto mostraba un rostro redondo, abundante cabellera negra y grandes rizos, piel clara, complexión robusta. Ni siquiera recuerdo de qué manera coincidí con él, en ese tiempo estaba de moda chatear por Hotmail, él me enviaba fotos de su rostro y cuerpo entero, a veces sólo de su pene erecto, otras veces fragmentos de videos porno mostrándome con ellos cómo quería cogerme, por el culo, generalmente.

Es una fascinación masculina, dar por culo, me pregunto si en ocasiones no fantasean, mientras meten su verga en un rico culo apretado de mujer, que desgarran el igual de estrecho culo de un hombre…

Dejó de enviarme chats cuando me negué a enviar fotos que incluyeran el rostro, hizo un pancho, se asustó, me amenazó y vociferó que seguramente era hombre y por ello no quería enviarle fotos de cuerpo y rostro completo. Con su arranque berrinchudo se acabó mi diversión, me sentí molesta al perder mi juguete en la web, y tener que buscar en el mundo real, la satisfacción de sentirme sexualmente deseada, pero además, que incluyera el plus de no poder poseerme. Hasta que encontré a René.

Digo encontré, quizá debería escribir re-conocí, descubrí, a René, un buen amigo de casi media vida, que hasta ese momento no había representado para mí nada más que una mancha en la pared, sexualmente hablando claro está. Una tarde, con un par de copas encima, me topé con la novedad de su excitabilidad sexual ante mi coquetería, “divertido” pensé en el momento, “más divertido” me dije más tarde cuando al mínimo roce de mi mano con su pierna tuvo una erección y de inmediato me prohibió tocarlo, mirarlo siquiera, respirar cerca de él y sobre todo sonreír con esa mirada perversa y mordiéndome los labios. Pero yo ya había encontrado mi sustituto de juguete, reunía los mínimos requisitos: me deseaba, yo controlaba su deseo a mi antojo y jamás podría poseerme, primero por ser amigos (lo que pesaba en él, no en mí) y segundo, por ser seminarista.

Su estatus representaba mi más grande protección; siendo seminarista sus ideales idílicos estaban con Dios y no en la carne humana, al mismo tiempo la posibilidad de pervertirlo, de hacerlo caer en “pecado” representaba mi más grande excitación del momento. Pronto me olvidé de Omar, a quien, debo confesarlo lo buscaba cada noche como se busca el recuerdo del ser amado, quizá porque aparte de las conversaciones sexuales que llegamos a tener, pudo ser mi ancla en un momento complicado de mi vida, en el que por segunda ocasión todas mis bases morales, ideales y filosóficas se habían movido en un temblor interno, derrumbando muchas y sepultando otras dejándome incapaz de encontrarme a mí misma.

Así yo lo conocía como Omar, pero yo no tenía nombre cuando él lo preguntó, y siendo honesta, buscaba en ese momento, en un sitio inadecuado por su explícito y único contenido sexual, alguien con quien hablar, lo sé muy absurdo más así soy yo, absurda, incongruente, tiendo a escupir hacia arriba. Me nombró Eurídice, puesto que me negué a darle mi nombre, no porque no quisiera, sino porque en ese entonces yo no sabía quién era y mucho menos reconocía mi nombre.

Sus charlas eran amenas, largas, profundas. Cada noche esperaba hasta verlo conectado para activar mi chat, fue mi ancla con un fantasma, con la muerte misma y como consecuencia con la vida, con el retorno del deseo inexistente hasta meses antes y al esfumarse por completo, me quedé de pronto a la deriva, sin una protección contra mí misma del desbordamiento de emociones que mi piel encarecidamente pretendía contener. Sin mi fantasma, me golpeo de lleno la realidad de la ausencia del único hombre al que verdaderamente he amado, un amor cierto, profundo, poderoso y mis impulsos autodestructivos se activaron, iniciando, por supuesto con el incontenible deseo sexual y la hiperactividad en este ámbito, pero claro que también me asustaba, jamás antes había sentido la imposibilidad de contralarme, toda esa energía estaba saludablemente depositada en mi pareja durante varios años, hasta que decidió marcharse y me quedé aquí, sin saber qué hacer con todo ello.

No, no estoy hablando de mi tío. Cuando él se marchó fue, ahora lo sé, relativamente sencillo, hubo dolor, comprendí lo que el amor no era, pero como en lo sexual nunca hubo placer, a pesar de sentir deseo me fue sencillo ignorarlo, ni siquiera tuve que recurrir a la masturbación para descargar la tensión. Siempre estuvieron para eso los libros, Eugenia Grandet, Papá Goriot, Mujercitas, La abuela y los sacerdotes, Diálogos con el Diablo, Responde como un hombre, El puente de Cassandra, entre mil más, que mantenían mi gran actividad soñadora y la líbido en otra parte, lejos del mundo real tan peligroso, tan doloroso; si por alguna razón no eran suficientes siempre quedaba el escribir, la música y  conforme fui creciendo, el deporte, la competencia física que al final se parece mucho a un combate en la cama.


Hablo del amor de mi vida, de Mi Hombre, de ese que sin tocarme, incluso sin verme la primera vez, me provoco un orgasmo espiritual, y mi alma se quedó pegada a sus ojos para la eternidad. No obstante, se fue, como se han ido todos desde que mi tío llegó a mi vida. A veces, aún lo busco en los fantasmas de la red, en otros rostros y otros cuerpos, en otra piel; cuando alguien me propone tener sexo, cuando alguien platica más de una hora conmigo logrando mantener mi atención, cuando lo extraño, cuando sé que en ese seguro no está. Por eso, coger por coger no va conmigo, siempre hay algo más: una mirada, unos labios, una forma de hablar, un deseo…



No hay comentarios:

Publicar un comentario