sábado, 20 de agosto de 2011

La vida sigue su curso

Llegó el domingo y papá tenía que llevar al resto de la familia a Querétaro, claro, yo también iba en el viaje. Era como un ritual, al menos para mí. Cuando al fin lográbamos todos estar encima de la camioneta, después de haber una preparado la herramienta de viaje, otra ayudado a papá a dejar los cristales limpios, verificar el aceite, las llantas, etc.; otra más verificando junto con mamá que nada se les quedara y yo, que al parecer sólo tenía que revisar que la caja verde de herramienta estuviera completa; me sentaba del lado de la ventanilla justo detrás del asiento del conductor y comenzaba a soñar.


 

Incluso antes de pasar el libramiento yo ya iba muy lejos, a veces en una moto abrazada a la cintura de un hombre guapo que me llevaría a conocer el mundo, otras volando al lado de las aves, esquivando los cables de esos que entonces yo llamaba "vestidos gigantes" y que nos acompañaban a lo largo del viaje por toda la carretera, o bien creando historias fantásticas del uso que se le daba a las "bolas gigantes" de color naranja que giraban encima de los techos de las fábricas.


 

Ese domingo no fue distinto. Todas cumplimos con nuestras tareas de manera meticulosa, tratando de evitar cualquier error que provocara un conflicto, que también eran usuales cada domingo de llevar a mamá. Quisiera poder recordar que soñaba ese día mientras viajábamos. Quisiera retratar mi rostro pegado a la ventana de la camioneta, viendo las llantas de los tráiler que nos rebasaban y temiendo que en algún momento una de ellas tronara y nos hiciera chocar. Pero no recuerdo nada, más que la sensación de extrañeza que me invadía. Por primera vez en mi vida no sabía qué o quién era yo, qué significaba mi vida, cuál era mi destino, pero sobre todo, por primera vez en mi vida me supe y sentí no amada.


 

Mi madre cumplió su palabra: todo estuvo bien. Es decir, no hubo ningún escándalo, nadie se enteró de lo ocurrido y por lo tanto todo siguió su curso normal. Nadie tuvo que alterar sus vidas, ni siquiera yo, pues relacionarme con mi tío ya era parte de mi vida y mi rutina, sólo me fui adaptando.


 

El recuerdo siguiente más próximo a la noche en que mamá dijo que todo estaría bien, es el siguiente. Estoy jugando en el patio. En el patio bonito, ese que tiene el piso de cuadros color azul. Estoy tirada en el piso como me gusta, pasa mi abuelo y me dice que me levante, me veo muy mal allí tirada y ya no soy una niñita. Obedezco, porque aunque luego lo lleguen a dudar, yo siempre fui una niña obediente y bien portada, lo menciono aprovechando la oportunidad, para que luego no piensen: "siempre fue así, desde el inicio era una oveja descarriada". Hubo un tiempo en que no conocía la maldad, ni mía, ni de nadie. En fin, me he desviado del tema.


 

Ya levantada del piso, pasó él, con su caminar coqueto, como diciendo: "mira, mira, no tengo trasero, pero a poco no te gusta cómo lo muevo". Pasó a un lado de mí sonriendo, se dirigió al calentador y lo encendió, luego volvió a pasar a mi lado guiñándome un ojo. –¿Qué haces? –juego, jugaba...


 

Como seguían avanzando lo seguí a su cuarto, que para fines prácticos quedaba enfrente del patio, platicamos como siempre. Lo normal. –Que blusa traes hoy, haber déjame tocarla tiene brillitos aquí enfrente, se siente muy curioso. Y yo mirando cómo sus ojos cambiaban al tocar "los brillantitos" de la blusa y dejando que lo hiciera, después de todo sólo era una blusa. Luego, lo normal. –¿Qué playera usas tú? –Esta, mira, ¿quieres sentir? Y tomaba mis manos llevándolas a su pecho, me llamaba la atención que siempre que lo hacía su corazón latía muy fuerte y más rápido de lo normal.


 

Seguimos charlando hasta que se metió al baño, ese que era muy largo pero también muy angosto y estaba frente a los lavaderos que estaban justo en el patio. Yo tenía que lavar ropa y por entonces todo se lavaba a mano, así que seguimos, él bañándose y yo lavando ropa. De pronto estaba yo mirando por el cristal de la puerta del baño, me había pedido que me acercara para saber si de afuera se podía cuando alguien se bañaba. Nada, le dije, no se ve nada.


 

Se hizo oscuro y salió de su cuarto perfumado, yo seguía en el patio terminando de tender toda la ropa sólo con el foquito que estaba encima de los lavaderos, no era de mucha ayuda, casi andaba a ciegas pero me permitía tomar la ropa del lavadero. Se quedó allí mientras terminaba. Luego inició un juego tonto que a ambos nos hacía gracia, yo lo golpeaba para ver donde le dolía más, así llegué a su estómago y se quejó, luego sólo dijo: haber un poco más abajo. Mis manos sintieron algo caliente y muy suave a través del pantalón, que al parecer si se apretaba suficiente causaba mucho dolor.

6 comentarios:

  1. Juegos Prohibidos y qu parecen algo tontos... Siempre se continuan, a veces parecen ser la vida misma...

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  2. El único despertar prohibido es aquél que no sucede... La vida, al final, no es otra cosa que un juego, un juego eterno, juego divino: Somos juego y juguete de Dios. Somos la gran broma divina. JAJAJAJAJAJAJA Doy gracias por vivir jugando y jugar viviendo. :D

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  3. Recien descubro tu nuevo blog... Felicidades...

    Un beso desde mis Amanteceres.

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  4. Hola Amanecer ¿Ya no publicarás más? Tus letras son como fresas con crema servidas en la suave piel del amanecer, no nos prives de tanta delicia que destilas de tus dedos...

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  5. Hola Kwatsa Nauka, gracias por tus comentarios.

    Si estaré publicando, sólo que de pronto me abosrbio el trabajo y no he tenido tiempo para dedicarle a mis espacios, sin embargo a partir de la próxima semana estaré de nuevo en Diario Erótico y también en Amanecer.

    Saludos

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  6. Interesante evenido adarte mi a pollo a tu lindo espacio un saludo limpio y tierno

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