lunes, 23 de septiembre de 2013

Explorando










Los momentos con él iban cambiando. Las largas pláticas llenas de alegría y risas se fuero acortando y pasaron a ser momentos cortos de soledad con él. Cada vez fue menos frecuente platicar mientras trabajaba en su taller y yo limpiaba los cuartos. Los momentos de acompañarme mientras comía básicamente desaparecieron. En cambio las visitas al corral, al último cuarto de la casona y al cuartito de herramientas del taller cuando ya no había nadie más en casa, se triplicaron.

Poco a poco pero verdaderamente rápido, el estúpido juego de ver qué blusa traía puesta se olvidó desde que entramos a ese cuarto enorme un fin de semana, desde que mamá dijo que todo estaría bien. Ahora siempre quería tocar y morder. Comencé a ser una niña triste. El precio que antes tenía que pagar por sentirme querida y acompañada se había elevado increíblemente y yo ya no quería pagarlo, pero estaba atemorizada.

Mi tío sabía recordarme muy bien lo que ocurriría si mi padre se enterara, cómo se enojaría y me dejaría de querer, cómo podría incluso correrme de la casa porque yo era mala, era una mala mujer, una mala hija. Todo sería mi culpa. Por cuatro años le creí.

Así me fue enseñando cosas. Que los besos no sólo se dan en la mejilla. Que las manos pueden descubrir sensaciones inimaginables hasta ese entonces sólo pasando por ciertas partes de mi cuerpo. Que la lengua sirve para mucho más que hablar y comer. Pero sobre todo, que las miradas rompen cualquier silencio y dicen todo lo que las palabras son incapaces de expresar.

Hubo dos momentos antes de que ocurriera. Durante la semana que duró mi primer menstruación, me llevó al cuarto de atrás de la casa, allí sólo había un montón de triques, en ese tiempo yo estaba en la banda de guerra de la escuela y adoraba los tambores, él lo sabía claro, me dijo que tenía algo para mí y que me iba a gustar mucho, al llegar me mostró de entre toda la gama de cajas un hermoso tambor y dijo -Toma, es tuyo. ¿Te gusta? ¿Tocarías algo para mí? Sentí emoción, en ese momento ingenuamente pensé que lo que había ocurrido días antes en el cuarto enorme de la casona había sido algo así como un mal momento, una pesadilla, algo irreal y que de nuevo tenía el tío que yo quería tanto, el alegre, buena onda y platicador.

Toque algunas piezas durante unos minutos. Luego me ayudó a quitarme el tambor y al quedar frente de mí, me abrazó fuerte y me pidió perdón por haberme asustado días antes, dijo que no quería hacerme daño, que me quería y lo perdonara, que a veces sólo quería abrazarme fuerte y verme porque yo era muy hermosa.

El lloraba y todo lo que dijo fue verdaderamente creíble para mí, quizá por el temor de perder a la única persona que yo consideraba me tomaba en cuenta. Yo lo perdoné. También prometí no decírselo a nadie, pues era parte del perdonar verdaderamente según me dijo. Después me dijo que si podía, sólo por última vez tocar un poco mis pechos.

No recuerdo si respondí o no. Sin embargo los tocó, primero sobre la blusa de forma muy suave, luego ya sin pedir permiso levanto mi blusa y subió el brassiere, siguió tocando y besándolos un momento, al final me abrazó muy fuerte y dijo que era tiempo de irnos.

El segundo evento ocurrió en el cuartito de herramientas del taller, un par de días más tarde. Fue la primera ocasión que alguien besó mis labios. Se sintió deliciosamente extraño y por primera vez mi corazón latió tan rápido como el de mi tío. Mientras colocaba una de mis manos sobre su pecho y él sentía también mi corazón, fue llevando mi otra mano a su entre pierna. Se sentía caliente pero a diferencia de aquella ocasión afuera del baño, esta vez lo que tocaba no era blando sino muy duro, a mi mente acudió el recuerdo del día en el cuarto grande de la casona y me puse a temblar.

-Tranquila- dijo, -No te haré daño recuerdas, lo prometí, sólo quiero que sepas cómo se pone cuando estoy contigo, ¿quieres conocerlo? Es muy suave cuando lo tocas.

Confieso que tenía miedo, pero también curiosidad y además mi cuerpo se sentía extraño, mi corazón latía cada vez más rápido y una especie de calor me recorría la piel y me llenaba todo el cuerpo. Efectivamente era muy suave al tacto y estaba tan duro y extraño como el de aquel tío que estaba desnudo frente a la ventana del cuarto que ahora pertenecía a mi tío y que yo descubrí sin querer.

Después de eso hubo otras ocasiones en que yo tocaba su miembro sobre el pantalón. Era fascinante sentirlo primero suave y blando y después muy duro y grande.

No hay comentarios:

Publicar un comentario