Hubo un tiempo en que quise terminarlo todo, me refiero a la relación,
aunque después he querido terminarlo todo en repetidas ocasiones (sí, de muerte
hablo); recuerdo una escena con él, llevaba un par de días pidiéndole que
dejara de buscarme, que sentía que esto que hacíamos no era correcto (he de
haber tenido unos 11 años). Ese día fueron dos momentos, el primero estábamos
en la puerta del comedor, una puerta café la mitad hecha de lámina y la otra
mitad hecha de mosquitero, yo por dentro deteniéndome en la puerta semiabierta,
él por fuera intentando convencerme.
Ojalá pudiera recordar los diálogos exactos, el punto es que yo le decía
que ya no me sentía bien con la situación y su hija persiguiéndome por la casa,
pues entonces su hija ya corría, recuerdo cuanto me dolía verla, saberla hija
suya y de su mujer. Nótese, que el malestar proviene del saberle ajeno,
formador de una familia con otra mujer, y no, como pudiese pensarse, del hecho
de ser mi tío, en ese momento para mí no tenía nada de malo y no recuerdo que
alguien me haya dicho lo contrario, o quizá sí, tal vez mi padre habló en algún
momento del tema.
Estábamos, como decía, recargados en la puerta, yo dentro y él fuera,
tengo la imagen, como una fotografía, en mi memoria, recuerdo lo difícil que
era para mí, el deseo de que fuera él quien terminara todo y al mismo tiempo de
que lo mantuviera, que dijera que me amaba y me preferiría ante todo…no fue
así, él sólo preguntó si estaba segura y si ya lo había decidido, yo dije sí y
que él tendría que ayudarme respetando ciertas cosas, como no verme justo como
lo hacía en ese momento, no decirme como entonces que era hermosa y que,
rozando con su pulgar mis labios, “tus
labios son tan carnosos y chinitos” …ese tipo de cosas debían dejar de
pasar. Aceptó, no sin antes aclarar que él no quería dejarme, pero que lo haría
si yo se lo pedía.
Más tarde, en uno de los cuartos que no recuerdo si fue el de nosotros
(papá y familia) o el del fondo de la casa. Ya, ya recuerdo, fue el de
nosotros, en ese había una ventana alargada, colocada de forma horizontal casi
a la altura del techo, de vez en cuando me gustaba espiar a las personas que
llegaban a la casa o al abuelo cuando bailaba; algo ocupaba yo y pedí ayuda, él
llegó y subiéndose a una silla alcanzó lo que yo ocupaba, estando arriba se
rascó los huevos cuando se giró de frente a mí, yo bajé la vista y él se
disculpó, pero al bajar de la silla quedó muy cerca de mi cuerpo y, sobre todo,
de mis labios. Me besó y no, no pude rechazarle.
Así, todo siguió alrededor de un año más. Quizá fue el año más difícil
de los cuatro que viví con él, ¿por qué? Constantemente sentía celos, fluctuaba
de estar triste y enojada por no poder decirle a nadie que lo amaba, por
saberle ajeno aunque me dijera que me pertenecía, que si pudiera (o cuando pudiera, pues fue una promesa, que
se llevaría a cabo al cumplir mis 18 años) me llevaría lejos para poder vivir
juntos. ¡Cuánto dolor se fue almacenando en mí, cuántos desengaños, cuánto
desamor!
Algunas tardes le pensaba con nostalgia, cuando no escuchaba su voz
coqueteando con las clientas, cuando toda la casa estaba en silencio, sin los
ruidos de las máquinas de coser, sin el radio sintonizando canciones de Bronco,
la Mafia, Gloria Trevi, entre otros; entonces me recostaba boca arriba en la
cama de la litera, viendo, jugando con el sonido de mis dedos rozando los
resortes de la base de la parte superior de la litera y le soñaba despierta,
abrazada a su cintura mientras huíamos en moto, me soñaba, embarazada, sin
saber del todo qué significaba esa palabra pues en mis ensoñaciones ni siquiera
tenía panza de embarazo.
La voz de su hija, o los pasos de él cambiando su ritmo al acercarse al
local me devolvían a la realidad, contenía la respiración, me aseguraba de que
fuera él y estuviera solo, entonces encendía la luz del cuarto para que supiera
que estaba dentro, entreabría la puerta o salía al patio para coincidir y
esperar…su invitación, al taller, al cuarto del fondo, al corral de los
animales…a donde fuera pero que fuera con él.
Es verdad, yo le amaba. Tan sólo quería quererlo. Pero eso, no ha dejado
de pasar, como una serie fotográfica pasaron ante mis ojos Víctor, Javier y
Alberto… de los últimos aún me resuena su nombre como un eco, como un Eco, que
de tanto rebotar sus nombres en el vacío no se pierden, sino que se unen
fusionándose con un todo.
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