sábado, 10 de octubre de 2015

Intermedio









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El desamor como principio básico de mi existencia, o de la Existencia, así, con mayúscula…qué soberbio universalizar un sentimiento, mas subrayo que hoy me vivo así, con un cielo gris, día lluvioso y frío dentro y fuera de mi cuerpo, y si mi interior por fin coincide con el afuera ¿qué de raro tiene el pensar que el universo todo coincide hoy con mi alma?

¿Qué de extraño hay en ver tras el espejo a la niña-mujer-varón víctima-victimario ahogando el grito de dolor en un beso? No es tan difícil comprender que no hay línea divisoria cuando el límite soy yo, una masa oscura, amalgama perfecta de cuerpos inconclusos, con parches de piel y los mismos ojos.


Es quizá lo terrorífico, los mismos ojos, condenados a perpetuar en un círculo vicioso el poder-dolor-distoamor; encerrados en un cuerpo capaz de mutar, de doblarse sobre sí mismo para atrapar o liberar atrapando; pero los mismos ojos siempre, ¿de quién serán? ¿A quién corresponden los ojos de un cuerpo distorsionado, de una mente perversa envuelta en un caparazón líquido? ¿Será la niña, será la mujer-varón o son los ojos del monstruo que sólo dentro quedó incapacitado para dañar?



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miércoles, 22 de abril de 2015

Un espejo de agua


Siete años…es decir, ¿qué importa la edad? Eran siete años de diferencia entre una y otra, ¿parentesco? ¿También importa? En esta historia perversa lo único constante es la desviación estándar hacia lo prohibido; déjame narrar primero la historia, ya al final…insisto, no importa.

Vuelvo a iniciar, siete años de diferencia en edad la separaba de mí, ella era menor, una criatura pura, inocente y que hasta la fecha suele llenar cualquier habitación con una calma absoluta; admitamos que eso sólo lo logran las almas que no han hecho mal alguno a ningún ser vivo, ella es así.

¿Sabes? Los terapeutas insisten en que entre más pequeño sea un niño que sufre un trauma de origen sexual, tiene mayor posibilidad de una recuperación completa; y también hacen una especie de clasificación de “gravedad del trauma”, vinculado a si la víctima es hombre o mujer, si el agresor es hombre, mujer o burro y qué parentesco existe entre ambos; eso, junto con los “recursos propios” de la víctima y el contexto (apoyo/reacción) familiar, determinan en gran medida el “pronóstico del tratamiento”. Repetidas ocasiones en mi vida he pensado, ¿qué de todo eso necesitaba yo para tener un “buen pronóstico? De entrada, la terapia en sí. Hoy siento pesar en mi alma y me duele no mi historia, si no la historia, porque mía, mía, sólo lo es ahora, en ese entonces muchas hebras las tejieron otros.

Así, yo tenía alrededor de 9 años, recuerda que el tiempo como tú lo entiendes no va conmigo; pero te estoy hablando de esa época de mi vida en la cual ya estaba siendo erotizada pero mi hímen seguía intacto.

Tenía poco tiempo cuidando de ella, jamás daba problemas, jugaba calladita y en solitario, no lloraba, ni siquiera recuerdo que lo hiciera por hambre o al caerse o lastimarse; desde pequeña tuvo un umbral muy alto al dolor. Seguramente –y así lo espero- ella no recuerda absolutamente nada de esto, no sabe cuántas veces fue testigo presencial de los “tocamientos” que me hacía mi tío, -y deseo de todo corazón- tampoco debe recordar que algún día, mientras intentaba dormirla, recostadas las dos en la cama de mis padres, ella de pronto dijo: “¿puedes hacerme lo que te hace mi tío?”

Escenas antes ya había preguntado alguna vez: “¿por qué le metes la mano allí?” –foto memorial- las manos de mi tío hurgando debajo de mi blusa y de mi sostén, apretujando mis pechos; y otra –miento, lo he olvidado. Sin embargo aún siento su mirada interrogante mientras yo la sostengo en brazos, él detrás de mí con una mano sintiendo mi seno derecho, con sus dientes mordiendo mis labios, y ella… mirando, dudando y, no sé, qué carajos estaba sintiendo.

De pronto está allí, acostada en la cama y ¿pidiendo? –Cuestionando, en realidad, intentando comprender- y yo…Yo tampoco lo entendía, sólo sabía qué se sentía y ella quería saber qué era eso, pero en cuanto lo hice, me alejé asustada, ¿de qué? De mí, de ella, de todo y me sorprendí diciendo: “no, esto no debe hacerse, sólo los grandes lo hacen”.

¿En serio? –En un diálogo interno- No, pero ¿qué es esto tan espantoso que siento dentro? ¿Por qué duele tanto?

Ella tenía sólo dos años, la pequeña más pura, más noble; hermana de un –en ese entonces-, monstruo en construcción, quien antes había sido tan pura y noble como ella. ¿Fue eso lo que dolió?


Única escena, aparece como en un lago el reflejo que viajó en el tiempo, mostrando, confundiendo en una misma figura víctima y victimario, donde Roberto (mi tío) desgarra mi cuerpo y de él emerge un cuerpo trastocado, volátil, fugaz; que envuelve el rostro de una niñita y poco a poco la mirada le cambia, la alegría desaparece y ahora mis ojos son sus ojos…sobre el lago, una pequeña niñita me mira de frente, se llevó mis ojos, mi cuerpo, mi alma…

martes, 14 de abril de 2015

Siempre es la misma mierda

Siempre es la misma mierda, un buscar aquí para encontrar allá, un querer no para tener sí, un silencio para escuchar un grito, un vacío…¡ah, ese sí es igual en todos lados! Hoy les quiero contar algo gracioso, risible por lo fácil que cae uno en ese chiste.

Hubo un tiempo en que, a mis once años, intenté terminar de tajo esa relación incestuosa que me torturaba día a día –o noche a noche, apuntalando el momento específico de la tortura dicha- hablé con él, le dije que ya no, que me había enterado porque papá lo había externado en una conversación, que los “amores” entre familiares estaban prohibidos, que no estaba bien, que ya no quería que siguiera pasando esto entre los dos. Luego él se mostró triste, su cara reflejaba un verdadero dolor, sus ojos me suplicaron, su boca dijo no por favor, no te vayas, no me dejes solo, dí que sí, que aún me quieres, que seguirás conmigo. Una lágrima coronó el acto.

-Está bien, sólo dame una noche más, regálame esta noche y mañana ya no volveré a tocarte, a besar esos labios chinitos, ni a mirarte…si quieres.

-ok.

Ingenua, como hasta entonces, fui esa noche a su cuarto, a las 12 y un cuarto de la madrugada, cuando toda la casona resplandecía en la oscuridad y sólo el silencio reinaba. Me recibió con un beso más apasionado que nunca, (ahora recuerdo que me gustaban sus besos), de inmediato siguió a mi cuello mientras respiraba con dificultad, yo…simplemente lo dejaba hacer, no sabía que intentaba, fuera de lo de siempre, esperaba únicamente el momento en que me pidiera que mi lengua lamiera y mi boca chupara como si fuera una paleta su pene. No fue así como ocurrió.

Mientras seguía besándome, hablaba en susurros, frases entrecortadas por su acelerada respiración: “te mostraré, te haré sentir tanto que no querrás irte nunca, pero si al final quieres, yo lo acepto, acepto que me dejes, pero mira, mira…”

Llevándome una mano a su rostro me mostró cómo lloraba por mí, sentí entonces que era una injusta, que él sufría y me amaba tanto, ¿cómo podía atreverme a querer dejarlo? Luego siguió tocándome, suplicando también, besó mis pechos un buen rato, jugó con mis pezones, los mordisqueo, bajó despacio con su lengua sobre mi vientre, pasó al pubis y de luego abrió mis piernas despacio, su lengua tibia, húmeda y suave se detuvo un rato a jugar con mi vulva, su aliento calentaba mi sexo y su saliva lo mojaba todo.

Luego me penetró, despacio, no como siempre que me lastimaba con su brusquedad, pero esta vez no se detuvo cuando estaba a punto de eyacular…su éxtasis fue precisamente ese, sentí que su pene se sacudía dentro con pequeños espasmos, luego una sustancia caliente me llenaba por dentro. Al día siguiente cumplió su promesa, no me buscó, no me habló, no coqueteo conmigo, pero al mes, tuve que buscarlo yo.


domingo, 1 de marzo de 2015

Un día a la vez


Sé que todavía estoy rota, lo constato cada vez que  vuelvo a caer, en mi lista llevo ya varios hombres y mujeres…camino sobre el espiral una y otra vez sin cesar. Algunos pensaran que lo disfruto, es verdad, pero sólo por un corto tiempo, en realidad, la mayor parte de mi día a día estoy intentando controlarme, tengo periodos de abstinencia total, incluso de  mí misma, pero luego regresa el fuego que lo mata todo, me arde la piel y a veces…vuelvo a caer.

¿El último? El último no fue. Me refiero a que esto no acaba, pero te hablaré de un par, ambos se parecen mucho, los diferencia el color de la piel y el grado de cinismo: el moreno es seductor, por lo tanto un mentiroso bien dado; en cambio al blanco le gusta coger, un coleccionista que sólo aceptaría mentirse a sí mismo, pero si de sexo se trata es claro y directo.

Ambos son un pito para mí, sólo que uno genera más problemas que el otro, y más o menos en la misma proporción, uno da más placer que el otro, aunque sigo preguntándome quien gana. Raúl, es un tipo feo, moreno, gran besador, egoísta o quizá no tanto, seductor en magnitudes catastróficas y tal vez por ello, el más peligroso hoy en día para mi debilidad, llevo casi seis meses sin verlo, a costa de mucho sacrificio, dolor físico y emocional, soledad más un exceso de trabajo para mantener mi mente ocupada. Esta abstinencia de él fue lo que me condujo a Pablo.

Pablo es lo que yo defino “un buen chico”, un típico buscador de sexo casual entre “círculos seguros”, es decir, entre amigas y conocidas. No, yo no lo busqué, aunque he de confesar que desde hace un par de años atrás que lo imaginaba sin ropa, así que cuando de pronto una noche me buscó en el chat, me fue sencillo “morder el anzuelo”. Es algo que he aprendido a hacer, hay quien disfruta ser el cazador, hay quien disfruta ser el asediado, yo simplemente soy perversa, quien esté del otro lado no importa mucho, en cambio, sí el juego que proponga.

La historia la termino escribiendo yo, me dí cuenta hace mucho tiempo. Cuando Moisés, creyó estar seduciendo a una quinceañera virgen, mi papel de niña ingenua se hubiera acabado pronto si él se hubiese atrevido a tocar debajo de mis panties, pues mi humedad vaginal no mentía entonces, ni ahora.

Pablo gustaba de sentirse excitado con relatos de fantasías eróticas, con intercambios fotográficos y contactos vía web, a mí me excitaba saber lo que mis historias lograban, el imaginarlo caliente y masturbándose con mis fotos o mis líneas; hasta el día en que nos vimos frente a frente, mis fantasías masturbatorias lo incluyeron cada noche.

Los encuentros reales tienen la desventaja (cuando proceden a una serie de intercambios fantasiosos), de ser siempre a blanco y negro, la pasión, el fuego, la verdadera entrega sexual se queda en la imaginación, lo demás es sólo un cosquilleo en la entrepierna que dura unos cuantos segundos. Pero yo estoy rota, ya lo dije, así que una noche cualquiera quise sentir con mis manos y mi boca lo que cada noche en mi imaginación estaba, le pedí que nos encontráramos, ya tenía los condones, el lugar y las ganas, él dijo sí.

Por alguna extraña razón, cuando llegó el momento, me sentí nerviosa, no excitada como es normal, sino nerviosa, absurda y tontamente temerosa del encuentro. De pronto no supe qué hace ni qué decir, las palabras y la imaginación toda, me había abandonado…así que, risiblemente, después de diez años, volví a ser una pequeña nena a la que le dicen si debe abrir las piernas, chupar un pito mirando a los ojos, sentarme, acostarme, girarme…no hubo besos, tampoco caricias en sí, genitalidad pura, un orgasmo (unilateral) y ni la promesa de repetirlo, algunos creen que a la segunda sale mejor, yo simplemente sé que el hombre sin pantalones que tenía en frente, no era el mismo con el que fantasee cada noche durante meses, se parecía mucho a las fotos recibidas en mi celular pero le faltaba el misterio, la añoranza de la lejanía, el deseo que nace del no tener…estaba allí, frente a mí, y yo, no supe que hacer con ello, así que lo cosifiqué.

¿Por qué no podía, como siempre, actuar la historia, crear el personaje y el escenario preciso? ¿Por qué este Pablo llegaba con su actitud nerviosa, a matar mi fantasía sexual, en donde yo tenía que ser la tierna y temerosa mujer seducida? ¿Por qué no me besó los labios con fuerza, me arrancó la blusa y me penetró sin estar lista? En vez de eso se sentó en la sala, pasó directo a mi seno izquierdo y en un santiamén, ya estábamos actuando los quince minutos de video porno casero.

¿Qué me quedó? Nada, un deseo multiplicado a la décima potencia de encontrar a Raúl, mi antídoto resulto ser veneno potenciador. Quise aplacar la sed que provocaba mi abstinencia en un encuentro casual. Resultó ser la cascada de una serie de eventos no deseados, encuentros que cada vez me llenaban menos, que me provocaban asco, que me recordaban lo vil que era como persona, y que mi vicio necesitaba dosis mayores cada día.


No obstante algo bueno me ha dejado, sigo sin ver a Raúl, y de pronto tuve la fuerza para “cortar” –llevo tres meses y contando- todas mis “relaciones sexuales” de tajo; y hasta hace dos semanas no había tenido que recurrir tampoco a la masturbación. Sin embargo estoy rota, y mi voluntad se debilita, llevo dos semanas masturbándome compulsivamente…


lunes, 10 de noviembre de 2014

Euridice

Omar fue el hilo rojo que me unía tanto a la vida, como a la muerte, fue mi Orfeo. Acudía a él cada noche esperando sentir paz mientras platicábamos, afortunadamente lo lograba, me hablaba de la vida, de filosofía, del amor, de la soledad, de la muerte, de la marihuana, de su ancla y sobre todo, de la ilusión de coincidencia. Jamás olvidaré esas palabras escritas, poniendo en duda la realidad misma, aquella que en su momento me parecía tan irreal y tajante a la vez; me abracé a esas palabras cual si lo abrazara a él. ¿A quién? A Él, mi Orfeo, mi fantasma, mi deseo, mi anhelo y esperanza, mi hilo rojo.

Más que cualquier charla sexual o imagen del mismo tipo, me encantaba leer sus reflexiones, sus conclusiones sobre mí, una mujer terriblemente rota, dolorosa, sangrante. Le compartí mi espacio íntimo, más allá de cualquier apariencia física o carnal, le dejé ver mi interior mostrándome nítida y clara a sus ojos, sin nombre, pero completamente transparente. Lo cual no había hecho nunca, ¡jamás! Incluso con Mi Hombre no pude nunca ser tan transparente, un reproche callado de él hacia mí, como respuesta el silencio mismo.

Hoy me pregunto, ¿de qué depende? Me parece que no importaba mucho quién y cómo me viera estando yo deshecha, sin una identidad, sin un nombre, sin nada; medio muerta y a la deriva fue más sencillo dejarme ver, total, ¿qué más podía pasar entonces? ¿Morir? Un gran alivio hubiese sido. Sin embargo, Omar tuvo mucho que ver, él me estructuró, me dio un nombre, se atrevió a mirar en el abismo en una web para encuentros sexuales, hoy en día sigo pensando ¿quién era ese Omar? ¿Fantasma, alucinación, persona, un hilo rojo real, un ancla? ¿Cómo supo qué decir, qué palabras exactas usar en el momento preciso? ¿Por qué en vez de sexo inició hablando de mitología griega? Con cada palabra que decía, incluso antes de llamarme Eurídice, parecía que me conocía bastante bien, “ilusión de coincidencia” diría sonriendo.

También me excitaba. Me gustan los hombres grandes, fuertes, robustos y de preferencia de tez blanca, con un rostro tierno, ojos de poeta que contrastes con la fuerza que de su corpulento cuerpo emane. Omar decía medir un metro ochenta, en las fotos que enviaba aparecía un rostro casi infantil coronando un cuerpo robusto; muchas veces se me antojó arrodillarme frente a su miembro, mientras él seguía de pie, desnudo y ante mis ojos su pene erecto con un glande un tanto rosado, tan suave que mi lengua no puede resistir el sentirlo, lamerlo primero para luego irlo succionando suavemente, sólo el glande hasta que Omar me obligara sosteniendo mi cabeza, a introducir todo su pene dentro de mi boca rozando mi garganta, y yo, apretando su trasero intentando aguantar la respiración…


Todavía guardo una fotografía de él, sólo es su rostro, y como pie de foto la leyenda: “Tú dime…” Algún día, cuando el destino me vuelva a encontrar, buscaré en cada bar de Querétaro su rostro, cargaré en mi cartera su foto, para cuando lo encuentre pueda decirle, que ya sé quién soy y mi nombre es: Eurídice.







miércoles, 29 de octubre de 2014

¿Coger por coger?

Quizá no aplica conmigo. Nunca es realmente coger por coger, detrás hay algo más, una mueca, una palabra, una mirada diferente, aunque a mis casi 30 años puedo decir otra cosa. ¿Qué pasa? ¿Te sorprende cómo pasa el tiempo? ¿Esperabas acaso que los años hicieran una pausa mientras yo intento terminar esta historia? No querido lector, ciertamente el tiempo sigue su curso, y han pasado ya tres años desde que comencé a escribir este texto. ¿Qué importancia tiene mencionarlo? Nada, contextualizar, la misma intención que tuvo el indicar al inicio que esto sería un diario a retrospectiva, atemporal, no obstante, inscrito sobre el aura que deja el paso de la vida.

Así, a mis 28 años puedo optar por coger con quien me dé la gana, por el “solo placer de hacerlo” ¿Será? El mundo también gira fuera de esta historia, y así como en el sexo se rueda sobre el colchón para cambiar de misionero a cucharita, y luego rotamos para pasar a la de perrito; en la cotidianidad giramos y rotamos constantemente, de tal forma que cuando ayer nos pisotearon, hoy nosotros nos limpiamos el lodo sobre la geta de algún otro pobre idiota. La vida te va sacando la factura cuando le place y cuando a ti tampoco, un día te cogen, otras me toca a mí.

Hubo un chico, con cara de perro mamón, de esos medio jotos (sí, los perros también) me excitaba saber que me deseaba, cada vez que me dejaba entre ver sus ganas yo me sentía importante, entonces lo provocaba, a veces con palabras sutiles, otras con descaradas imágenes, siempre lejos, detrás de la protección y el anonimato que me daba una pantalla de computadora. Se llamaba Omar, su foto mostraba un rostro redondo, abundante cabellera negra y grandes rizos, piel clara, complexión robusta. Ni siquiera recuerdo de qué manera coincidí con él, en ese tiempo estaba de moda chatear por Hotmail, él me enviaba fotos de su rostro y cuerpo entero, a veces sólo de su pene erecto, otras veces fragmentos de videos porno mostrándome con ellos cómo quería cogerme, por el culo, generalmente.

Es una fascinación masculina, dar por culo, me pregunto si en ocasiones no fantasean, mientras meten su verga en un rico culo apretado de mujer, que desgarran el igual de estrecho culo de un hombre…

Dejó de enviarme chats cuando me negué a enviar fotos que incluyeran el rostro, hizo un pancho, se asustó, me amenazó y vociferó que seguramente era hombre y por ello no quería enviarle fotos de cuerpo y rostro completo. Con su arranque berrinchudo se acabó mi diversión, me sentí molesta al perder mi juguete en la web, y tener que buscar en el mundo real, la satisfacción de sentirme sexualmente deseada, pero además, que incluyera el plus de no poder poseerme. Hasta que encontré a René.

Digo encontré, quizá debería escribir re-conocí, descubrí, a René, un buen amigo de casi media vida, que hasta ese momento no había representado para mí nada más que una mancha en la pared, sexualmente hablando claro está. Una tarde, con un par de copas encima, me topé con la novedad de su excitabilidad sexual ante mi coquetería, “divertido” pensé en el momento, “más divertido” me dije más tarde cuando al mínimo roce de mi mano con su pierna tuvo una erección y de inmediato me prohibió tocarlo, mirarlo siquiera, respirar cerca de él y sobre todo sonreír con esa mirada perversa y mordiéndome los labios. Pero yo ya había encontrado mi sustituto de juguete, reunía los mínimos requisitos: me deseaba, yo controlaba su deseo a mi antojo y jamás podría poseerme, primero por ser amigos (lo que pesaba en él, no en mí) y segundo, por ser seminarista.

Su estatus representaba mi más grande protección; siendo seminarista sus ideales idílicos estaban con Dios y no en la carne humana, al mismo tiempo la posibilidad de pervertirlo, de hacerlo caer en “pecado” representaba mi más grande excitación del momento. Pronto me olvidé de Omar, a quien, debo confesarlo lo buscaba cada noche como se busca el recuerdo del ser amado, quizá porque aparte de las conversaciones sexuales que llegamos a tener, pudo ser mi ancla en un momento complicado de mi vida, en el que por segunda ocasión todas mis bases morales, ideales y filosóficas se habían movido en un temblor interno, derrumbando muchas y sepultando otras dejándome incapaz de encontrarme a mí misma.

Así yo lo conocía como Omar, pero yo no tenía nombre cuando él lo preguntó, y siendo honesta, buscaba en ese momento, en un sitio inadecuado por su explícito y único contenido sexual, alguien con quien hablar, lo sé muy absurdo más así soy yo, absurda, incongruente, tiendo a escupir hacia arriba. Me nombró Eurídice, puesto que me negué a darle mi nombre, no porque no quisiera, sino porque en ese entonces yo no sabía quién era y mucho menos reconocía mi nombre.

Sus charlas eran amenas, largas, profundas. Cada noche esperaba hasta verlo conectado para activar mi chat, fue mi ancla con un fantasma, con la muerte misma y como consecuencia con la vida, con el retorno del deseo inexistente hasta meses antes y al esfumarse por completo, me quedé de pronto a la deriva, sin una protección contra mí misma del desbordamiento de emociones que mi piel encarecidamente pretendía contener. Sin mi fantasma, me golpeo de lleno la realidad de la ausencia del único hombre al que verdaderamente he amado, un amor cierto, profundo, poderoso y mis impulsos autodestructivos se activaron, iniciando, por supuesto con el incontenible deseo sexual y la hiperactividad en este ámbito, pero claro que también me asustaba, jamás antes había sentido la imposibilidad de contralarme, toda esa energía estaba saludablemente depositada en mi pareja durante varios años, hasta que decidió marcharse y me quedé aquí, sin saber qué hacer con todo ello.

No, no estoy hablando de mi tío. Cuando él se marchó fue, ahora lo sé, relativamente sencillo, hubo dolor, comprendí lo que el amor no era, pero como en lo sexual nunca hubo placer, a pesar de sentir deseo me fue sencillo ignorarlo, ni siquiera tuve que recurrir a la masturbación para descargar la tensión. Siempre estuvieron para eso los libros, Eugenia Grandet, Papá Goriot, Mujercitas, La abuela y los sacerdotes, Diálogos con el Diablo, Responde como un hombre, El puente de Cassandra, entre mil más, que mantenían mi gran actividad soñadora y la líbido en otra parte, lejos del mundo real tan peligroso, tan doloroso; si por alguna razón no eran suficientes siempre quedaba el escribir, la música y  conforme fui creciendo, el deporte, la competencia física que al final se parece mucho a un combate en la cama.


Hablo del amor de mi vida, de Mi Hombre, de ese que sin tocarme, incluso sin verme la primera vez, me provoco un orgasmo espiritual, y mi alma se quedó pegada a sus ojos para la eternidad. No obstante, se fue, como se han ido todos desde que mi tío llegó a mi vida. A veces, aún lo busco en los fantasmas de la red, en otros rostros y otros cuerpos, en otra piel; cuando alguien me propone tener sexo, cuando alguien platica más de una hora conmigo logrando mantener mi atención, cuando lo extraño, cuando sé que en ese seguro no está. Por eso, coger por coger no va conmigo, siempre hay algo más: una mirada, unos labios, una forma de hablar, un deseo…



lunes, 20 de octubre de 2014

Te quiero, para quererte



Hubo un tiempo en que quise terminarlo todo, me refiero a la relación, aunque después he querido terminarlo todo en repetidas ocasiones (sí, de muerte hablo); recuerdo una escena con él, llevaba un par de días pidiéndole que dejara de buscarme, que sentía que esto que hacíamos no era correcto (he de haber tenido unos 11 años). Ese día fueron dos momentos, el primero estábamos en la puerta del comedor, una puerta café la mitad hecha de lámina y la otra mitad hecha de mosquitero, yo por dentro deteniéndome en la puerta semiabierta, él por fuera intentando convencerme.

Ojalá pudiera recordar los diálogos exactos, el punto es que yo le decía que ya no me sentía bien con la situación y su hija persiguiéndome por la casa, pues entonces su hija ya corría, recuerdo cuanto me dolía verla, saberla hija suya y de su mujer. Nótese, que el malestar proviene del saberle ajeno, formador de una familia con otra mujer, y no, como pudiese pensarse, del hecho de ser mi tío, en ese momento para mí no tenía nada de malo y no recuerdo que alguien me haya dicho lo contrario, o quizá sí, tal vez mi padre habló en algún momento del tema.

Estábamos, como decía, recargados en la puerta, yo dentro y él fuera, tengo la imagen, como una fotografía, en mi memoria, recuerdo lo difícil que era para mí, el deseo de que fuera él quien terminara todo y al mismo tiempo de que lo mantuviera, que dijera que me amaba y me preferiría ante todo…no fue así, él sólo preguntó si estaba segura y si ya lo había decidido, yo dije sí y que él tendría que ayudarme respetando ciertas cosas, como no verme justo como lo hacía en ese momento, no decirme como entonces que era hermosa y que, rozando con su pulgar mis labios, “tus labios son tan carnosos y chinitos” …ese tipo de cosas debían dejar de pasar. Aceptó, no sin antes aclarar que él no quería dejarme, pero que lo haría si yo se lo pedía.

Más tarde, en uno de los cuartos que no recuerdo si fue el de nosotros (papá y familia) o el del fondo de la casa. Ya, ya recuerdo, fue el de nosotros, en ese había una ventana alargada, colocada de forma horizontal casi a la altura del techo, de vez en cuando me gustaba espiar a las personas que llegaban a la casa o al abuelo cuando bailaba; algo ocupaba yo y pedí ayuda, él llegó y subiéndose a una silla alcanzó lo que yo ocupaba, estando arriba se rascó los huevos cuando se giró de frente a mí, yo bajé la vista y él se disculpó, pero al bajar de la silla quedó muy cerca de mi cuerpo y, sobre todo, de mis labios. Me besó y no, no pude rechazarle.

Así, todo siguió alrededor de un año más. Quizá fue el año más difícil de los cuatro que viví con él, ¿por qué? Constantemente sentía celos, fluctuaba de estar triste y enojada por no poder decirle a nadie que lo amaba, por saberle ajeno aunque me dijera que me pertenecía, que si pudiera  (o cuando pudiera, pues fue una promesa, que se llevaría a cabo al cumplir mis 18 años) me llevaría lejos para poder vivir juntos. ¡Cuánto dolor se fue almacenando en mí, cuántos desengaños, cuánto desamor!

Algunas tardes le pensaba con nostalgia, cuando no escuchaba su voz coqueteando con las clientas, cuando toda la casa estaba en silencio, sin los ruidos de las máquinas de coser, sin el radio sintonizando canciones de Bronco, la Mafia, Gloria Trevi, entre otros; entonces me recostaba boca arriba en la cama de la litera, viendo, jugando con el sonido de mis dedos rozando los resortes de la base de la parte superior de la litera y le soñaba despierta, abrazada a su cintura mientras huíamos en moto, me soñaba, embarazada, sin saber del todo qué significaba esa palabra pues en mis ensoñaciones ni siquiera tenía panza de embarazo.

La voz de su hija, o los pasos de él cambiando su ritmo al acercarse al local me devolvían a la realidad, contenía la respiración, me aseguraba de que fuera él y estuviera solo, entonces encendía la luz del cuarto para que supiera que estaba dentro, entreabría la puerta o salía al patio para coincidir y esperar…su invitación, al taller, al cuarto del fondo, al corral de los animales…a donde fuera pero que fuera con él.


Es verdad, yo le amaba. Tan sólo quería quererlo. Pero eso, no ha dejado de pasar, como una serie fotográfica pasaron ante mis ojos Víctor, Javier y Alberto… de los últimos aún me resuena su nombre como un eco, como un Eco, que de tanto rebotar sus nombres en el vacío no se pierden, sino que se unen fusionándose con un todo.