martes, 14 de abril de 2015

Siempre es la misma mierda

Siempre es la misma mierda, un buscar aquí para encontrar allá, un querer no para tener sí, un silencio para escuchar un grito, un vacío…¡ah, ese sí es igual en todos lados! Hoy les quiero contar algo gracioso, risible por lo fácil que cae uno en ese chiste.

Hubo un tiempo en que, a mis once años, intenté terminar de tajo esa relación incestuosa que me torturaba día a día –o noche a noche, apuntalando el momento específico de la tortura dicha- hablé con él, le dije que ya no, que me había enterado porque papá lo había externado en una conversación, que los “amores” entre familiares estaban prohibidos, que no estaba bien, que ya no quería que siguiera pasando esto entre los dos. Luego él se mostró triste, su cara reflejaba un verdadero dolor, sus ojos me suplicaron, su boca dijo no por favor, no te vayas, no me dejes solo, dí que sí, que aún me quieres, que seguirás conmigo. Una lágrima coronó el acto.

-Está bien, sólo dame una noche más, regálame esta noche y mañana ya no volveré a tocarte, a besar esos labios chinitos, ni a mirarte…si quieres.

-ok.

Ingenua, como hasta entonces, fui esa noche a su cuarto, a las 12 y un cuarto de la madrugada, cuando toda la casona resplandecía en la oscuridad y sólo el silencio reinaba. Me recibió con un beso más apasionado que nunca, (ahora recuerdo que me gustaban sus besos), de inmediato siguió a mi cuello mientras respiraba con dificultad, yo…simplemente lo dejaba hacer, no sabía que intentaba, fuera de lo de siempre, esperaba únicamente el momento en que me pidiera que mi lengua lamiera y mi boca chupara como si fuera una paleta su pene. No fue así como ocurrió.

Mientras seguía besándome, hablaba en susurros, frases entrecortadas por su acelerada respiración: “te mostraré, te haré sentir tanto que no querrás irte nunca, pero si al final quieres, yo lo acepto, acepto que me dejes, pero mira, mira…”

Llevándome una mano a su rostro me mostró cómo lloraba por mí, sentí entonces que era una injusta, que él sufría y me amaba tanto, ¿cómo podía atreverme a querer dejarlo? Luego siguió tocándome, suplicando también, besó mis pechos un buen rato, jugó con mis pezones, los mordisqueo, bajó despacio con su lengua sobre mi vientre, pasó al pubis y de luego abrió mis piernas despacio, su lengua tibia, húmeda y suave se detuvo un rato a jugar con mi vulva, su aliento calentaba mi sexo y su saliva lo mojaba todo.

Luego me penetró, despacio, no como siempre que me lastimaba con su brusquedad, pero esta vez no se detuvo cuando estaba a punto de eyacular…su éxtasis fue precisamente ese, sentí que su pene se sacudía dentro con pequeños espasmos, luego una sustancia caliente me llenaba por dentro. Al día siguiente cumplió su promesa, no me buscó, no me habló, no coqueteo conmigo, pero al mes, tuve que buscarlo yo.


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