Siempre es la
misma mierda, un buscar aquí para encontrar allá, un querer no para tener sí,
un silencio para escuchar un grito, un vacío…¡ah, ese sí es igual en todos
lados! Hoy les quiero contar algo gracioso, risible por lo fácil que cae uno en
ese chiste.
Hubo un tiempo en
que, a mis once años, intenté terminar de tajo esa relación incestuosa que me
torturaba día a día –o noche a noche, apuntalando el momento específico de la
tortura dicha- hablé con él, le dije que ya no, que me había enterado porque
papá lo había externado en una conversación, que los “amores” entre familiares
estaban prohibidos, que no estaba bien, que ya no quería que siguiera pasando esto entre los dos. Luego él se mostró
triste, su cara reflejaba un verdadero dolor, sus ojos me suplicaron, su boca
dijo no por favor, no te vayas, no me
dejes solo, dí que sí, que aún me quieres, que seguirás conmigo. Una lágrima
coronó el acto.
-Está bien, sólo dame una noche más, regálame esta
noche y mañana ya no volveré a tocarte, a besar esos labios chinitos, ni a
mirarte…si quieres.
-ok.
Ingenua, como
hasta entonces, fui esa noche a su cuarto, a las 12 y un cuarto de la
madrugada, cuando toda la casona resplandecía en la oscuridad y sólo el
silencio reinaba. Me recibió con un beso más apasionado que nunca, (ahora
recuerdo que me gustaban sus besos), de inmediato siguió a mi cuello mientras
respiraba con dificultad, yo…simplemente lo dejaba hacer, no sabía que
intentaba, fuera de lo de siempre, esperaba únicamente el momento en que me
pidiera que mi lengua lamiera y mi boca chupara como si fuera una paleta su pene. No fue así como ocurrió.
Mientras seguía
besándome, hablaba en susurros, frases entrecortadas por su acelerada respiración:
“te mostraré, te haré sentir tanto que no
querrás irte nunca, pero si al final quieres, yo lo acepto, acepto que me
dejes, pero mira, mira…”
Llevándome una
mano a su rostro me mostró cómo lloraba por
mí, sentí entonces que era una injusta, que él sufría y me amaba tanto, ¿cómo
podía atreverme a querer dejarlo? Luego siguió tocándome, suplicando también,
besó mis pechos un buen rato, jugó con mis pezones, los mordisqueo, bajó
despacio con su lengua sobre mi vientre, pasó al pubis y de luego abrió mis
piernas despacio, su lengua tibia, húmeda y suave se detuvo un rato a jugar con
mi vulva, su aliento calentaba mi sexo y su saliva lo mojaba todo.
Luego me penetró,
despacio, no como siempre que me lastimaba con su brusquedad, pero esta vez no
se detuvo cuando estaba a punto de eyacular…su éxtasis fue precisamente ese,
sentí que su pene se sacudía dentro con pequeños espasmos, luego una sustancia
caliente me llenaba por dentro. Al día siguiente cumplió su promesa, no me buscó,
no me habló, no coqueteo conmigo, pero al mes, tuve que buscarlo yo.
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