miércoles, 18 de junio de 2014

De Refugios y Guaridas



Intenté hacerlo, la verdad creo que no me salió del todo bien. Mi refugio fue recabar una serie de escritos que formaban una historia real, aunque oculta, una serie de cuentos que para mí representaban mucho más allá del significado literal de las historias, luego imprimí varias copias y las repartí al azar entre mis amigos. Ese fue mi refugio, mi consuelo, mi perdón y mi ancla. Después de eso volví a perderle el rastro a Daniel y no lo he visto ya, quizá en un par de décadas más me lo encuentre por la calle.

La primera vez que sentí terror, la primera vez que me tocaron, mi refugio fue el soñar. Me tiraba y rodaba en el piso imaginando historias, cuentos de hadas donde siempre era rescatada y me llevaban lejos de casa, a un lugar lleno de árboles, cerros y mariposas, donde corría libre y siempre riendo, donde sentía el viento en el rostro y mis manos por alguna razón siempre estaban abiertas hacia el cielo. Todavía sé soñar, por si les surgió la duda. De vez en cuando me sorprendo volando alto, persiguiendo mariposas o escuchando las hojas de un árbol al roce con el viento; lamentablemente estos sueños resultan no ser tan protectores como en la infancia, me dan algo de paz, pero la angustia no desaparece.

Con el tiempo descubrí que el sexo, además de todas las acepciones ya referidas a lo largo de mi historia, resultaba ser también una especie de guarida, un refugio más o menos doloroso, más o menos confuso y de vez en cuando, atentaba ser incluso placentero.

Después de Daniel llegaron innumerables listas de amigos hombres, pero ningún novio. En cuanto vislumbraba la posibilidad me alejaba, prefería mantener amores platónicos o imposibles, como ese chico guapísimo que era basquetbolista, o como ese hombre jovial y coqueto que por las tardes me instruía en las artes del deporte y el atletismo…Lo nombraré Manuel. No, no puedo nombrarlo Manuel, porque ese nombre pertenece a un hombre enorme y gordo, muy gordo, trabajador de mi abuelo y ayudante de mi tío, fue quizá, el segundo en darse cuenta que algo ocurría entre mi tío y yo. Una tarde cualquiera, supongo yo que luego de hacer sus conjeturas al respecto, se acercó al negocio familiar que yo cuidaba y me propuso algo, dijo más o menos esto:

“hola. Sabes que me voy a casar pronto ¿verdad? –Sí, me dijo mi papá. –Bueno es que yo quería proponerte algo antes de casarme, pero no sé si deba… -Se notaba bastante nervioso, un hilo de sudor recorría su frente y al estar de pie frente a mí su enorme panza gelatinosa temblaba. –Pues no sé, dime y ya veremos. -¿Segura? Mi sexo sentido ya intuía hacía donde quería llegar, sentí más asco que el normal cada ves que lo veía, así que sólo esperé a que continuara. –Quisiera pedirte que hicieras conmigo algo de lo que haces con…tu tío. -¿Y qué hago con él? –Tú sabes… Sus manos comenzaron a detallar la silueta de un pecho, con algo…un objeto de fierro que no recuerdo qué era, siguió hablando de lo grandes y hermosos que eran los míos, de cómo yo era tan pequeña y tenía esos hermosos pechos y de que cuando se casara ya no podría verlos, así que sólo me pedía ese favor, un beso, un beso a mis pechos y nada más.


Le dije que sí para que se fuera. Desde entonces evitaba encontrármelo. Jamás me vio un seno desnudo y mucho menos lo besó. Ahora mismo siento náusea con ese recuerdo intruso que evitó que les platicara de ¿M…oisés? Si no les importa le dejaré ese nombre, Moisés no es tan mal nombre, su historia queda pendiente por hoy.


No hay comentarios:

Publicar un comentario