lunes, 13 de enero de 2014

Trueque

A las 12:00 am mi padre apagaba su lámpara de noche, no pasaba mucho tiempo y se empezaban a escuchar sus ronquidos, él era siempre el último en dormir. Para entonces yo tenía los ojos bien abiertos para que se acostumbraran a la oscuridad. Aprendí algunos trucos para caminar sin ver y no tropezar ni hacer un solo ruido, incluso llevando zapatos; enseñé a mi corazón a bajar su ritmo cardíaco para controlar el ruido de las respiraciones; me las ingenié para que las gordas llaves de mi padre no hicieran ruido al girar la perilla de la puerta pero sobre todo, para que él no despertara cuando yo me acercara sigilosamente a tomarlas del buró de su cama.

Mi oído se agudizó, aprendí a escuchar el sonido del silencio y a diferenciar un silencio de otro, el aviso del peligro, el momento justo de regresar sobre mis pasos, de pararme en seco o de avanzar más de prisa; mis dientes y músculos se adaptaron a sentir el helado frío de las madrugadas sin temblar o castañear. Cada noche, durante cuatro años salí de madrugada de ese cuarto, con el tiempo me volví más intrépida y no regresaba hasta que amanecía, segundos antes de que todos despertaran. Cuando abrían los ojos yo tenía mi uniforme escolar puesto, jamás imaginaron que debajo de la blusa y debajo de la falda, no llevaba ropa interior alguna.

Pero me adelanto en la historia. Como decía minutos después de media noche mi padre era una tumba, yo esperaba aproximadamente media hora para estar segura de que no despertara con algún pequeño ruido. Alrededor de la una de la madrugada llegaba a mi destino después de pasar por un largo pasillo completamente oscuro y frío, temiendo siempre encontrar algún gato, insecto o rumiante que pasara entre mis pies o me cayera del techo. Ese trayecto era el más riesgoso. La casa era vieja, adornada con increíbles historias de fantasmas y gente que decidió morir allí y eso…asusta cuando lo que haces es tan secreto que ni los fantasmas deben enterarse; por ello ocupaba unos 20 minutos en llegar hasta el cuarto de él.

A veces, ya en el cuarto tenía que esperar unos segundos pegada a la puerta para que mis ojos se acostumbraran de nuevo al cambio de luz, aunque el ventanal filtraba un poco de luz de luna la parte de la cama siempre era sumamente oscura, por lo que no podía saber de forma inmediata si había alguien dentro o no.

Esa noche llegué al cuarto después de llevarme un tremendo susto. Cuando llegué a mitad del camino escuché pasos en la escalera que subía al cuarto de una tía, las escaleras estaban justo enfrente del cuarto de mi tío y por un instante no supe si regresar, avanzar de prisa o esperar justo donde me encontraba parada. Afortunadamente mi cuerpo reaccionó por sí solo y me refugió detrás de la barda de la cocina. Mis oídos escucharon con atención, la persona bajó encendió la luz del patio principal, entró al baño, tardó varios minutos y regreso a su cuarto. Luego se escucharon más pasos, pero ahora venían del exterior, abrieron y cerraron la puerta de la entrada a la casona, avanzaron suavemente y entraron al cuarto de mi tío. Entonces pensé en regresar por donde había llegado, pero supuse que tendría que ser él pues normalmente era su hora de llegada después de salir por la noche.

Así, una vez repuesta mi cordura, volví a escuchar pasos, alguien volvía a salir del cuarto y entraba al baño luego regresaba y todo volvía a ser silencio y oscuridad. En ese momento avance despacio y entré sigilosa a su cuarto justo cuando él emparejaba la puerta, ahora fue él quien se asustó, luego de besarme profundamente los labios preguntó:

-¿Nadie te vio?

-No. Nadie.

Siguió entonces besándome, luego se dio cuenta de que había seguido sus instrucciones, llevaba mi blusón rojo y nada debajo…mi piel estaba fría a lo largo de mis piernas y mis nalgas comenzaron a enchinarse ante la sensación del calor de sus manos.

Recuerdo bien cada sensación, el calor inundando cada poro de mi piel, el inevitable dolor en el pecho, una punzada en el estómago y un cosquilleo más abajo. Jamás lo disfruté. Pero ya no me molestaba, para mí era un trueque, un poco de sexo por amor, si a eso se le puede llamar amor. Un poco se sexo por compañía, por sentirme parte de algo o de alguien.

La primera vez que lo vi desnudo, pensé: “qué feo es sin ropa”. Sin pantalones se le iba también parte de su gracia, lo seductor de su mirada se perdía entre sus escuálidas piernas flacas; la coquetería de su caminar era risible al descubrir unas nalgas más bien planas y todo el dominio que imponían sus palabras moría en un miembro pequeño incapaz de mantener una erección por más de 15 minutos. Sin embargo yo sólo tenía 10 años…

Esa noche por primera ocasión no me pidió de inmediato que mi boca hiciera su trabajo jugueteando con su pene. Me recostó en la cama sin quitarme el blusón, yo simplemente hacía todo lo que me indicaba. Subió un poco mi blusón para lamer mis pezones; siempre el derecho mientras que con la mano acariciaba el izquierdo y hundía su dedo medio en mi pezón hasta sumirlo entre mi seno. Nunca supe por qué disfrutaba hacer eso. Luego pidió que abriera mis piernas. Yo suspiré profundo al suponer que vendría lo de siempre, su miembro desgarrando mi vagina, ese ardor quemante de su pene entrando y saliendo de entre mis piernas; pero no pasó, esta vez agachó la cabeza y se puso a lamer durante unos minutos.

La sensación de su lengua en mi vulva era extraña y tan suave, luego, mordisqueo algo y un estremecimiento me recorrió las piernas hasta la cadera, allí se detuvo, me volteo boca abajo cerrándome las piernas y de pronto sentí el comienzo de un dolor intenso. Le pedí que no lo hiciera mientras me movía inquieta para intentar ver qué hacía conmigo, ¿Duele? ¡Sí, mucho! Tranquila, sólo quería probar, pero si te duele tanto no lo haré. Duele mucho. Está bien, ven…


Se recostó en la cama y me pidió el acostumbrado sexo oral…las mismas palabras, la misma duración…luego me pidió sentarme encima de su miembro, lo hice y me quedé así quieta, muévete pedía y mi respuesta sólo fue, no sé cómo; está bien, sólo recuéstate un poco sobre mí y yo me encargo. Así de nuevo él se movía entrando y saliendo de mi estrecha vagina, aunque seguía doliendo, esta vez no había sensación de ardor, mi vagina había lubricado un poco al contacto suave de su lengua y su pubis me provocaba una sensación curiosa al roce. Terminó a los 5 minutos, como casi siempre, con la frase acostumbrada “te sientes tan rica que no puedo aguantar más”.