¿Qué hay detrás de cada te
quiero? ¿Qué hay debajo del calor de un abrazo? ¿Qué significado esconden las
frases: “quédate” “no te vayas” “duerme conmigo”? La primera vez que me hice éstas
preguntas, lo había encontrado saliendo de su cuarto alrededor de las 11 de la
noche, bañado y perfumado. Salió silbando y sonriente, al encontrarnos le
pregunté a dónde iba y sólo dijo que saldría un rato. Yo sospechaba desde hacía
un par de semanas que tenía una mujer fuera de los cuartos de esa casucha
vieja, pero jamás me había atrevido a preguntar, ¿sería eso normal, tendría yo
el derecho? Él decía que me quería y yo le creía, me pedía que fuera cada noche
a su cuarto y yo iba, me pedía que le escribiera cartas, que lo abrazara, que
me quedara y le dijera te quiero; y yo, yo lo hacía y en este punto de la
historia sé que lo sentía, lo amaba de una forma que no conocía antes, quizá
por eso de pronto el saber que “salía” por las noches antes de verme me dejaba
como un piquete en el corazón.
Esa noche llegó más de madrugada
que de costumbre y entonces le pregunté: ¿tienes novia? Confieso que no
recuerdo su respuesta, no recuerdo nada más. Me quedó sólo la certeza de no
saber el significado de nada, de que quizá el amor no era nada de lo que yo
sentía ni pensaba, de que a partir de ese momento no volvería a entender jamás
el significado de un abrazo, de un te quiero, de un quédate…
Todavía me pasa. Es quizá que no entiendo
aún el significado que todos le dan a las letras, a los mensajes faciales,
corporales o verbales; quizá no entiendo incluso el significado del sexo. Tal
vez todo para mí tiene matices distintos, de mil colores, de mil formas…
Después de esa noche decidí que
yo también podía tener novio o novios, así me fui a la escuela al día siguiente
pensando en decir sí al primer chico que esa tarde me lo pidiera, después de
todo a diario me lo pedía más de alguno. Me había quedado claro que la
fidelidad no entraba dentro del sistema de amor que yo estaba viviendo. Aun no
entiendo por qué, pues para mis ojos no existía otro hombre con el que yo
quisiera estar, a pesar de no sentir básicamente nada con eso que llamaban
“hacer el amor” y finalmente, ¿qué significaba eso? Si el amor, me parece, no
se hace juntando los sexos y pidiendo que el otro se quede a dormir, pero claro
eso lo pienso ahora.
El afortunado se llamaba Jesús,
un chico de sexto grado, un par de años mayor a la edad correspondiente a esa
grado; moreno, chaparro, gordo y feo, sus mejores cualidades: saber hacerla de
perro guardián. Recuerdo que le dije sí sin chistar, pero luego me dio un
tremendo asco cuando quiso besarme, así que le dije que seríamos novios pero
sólo podríamos tomarnos de la mano, no besos, no abrazos. Me miraba con ojos de
borrego a medio morir y aceptó mis condiciones, durante varias tardes babeaba
cada vez que me encontraba en el receso y a todos sus amigos les dijo que yo
era su novia, lo cual me molestó demasiado, me avergonzaba de él, en mi
fantasía había pensado tener novio sólo para contárselo a mi tío pero ahora
toda la escuela lo sabía. Tomé cartas en el asunto, comencé a coquetear con un
chico de sexto del otro grupo y bueno…la historia ya la conocen, su novia
terminó diciéndome que me lo regalaba y que me lo metiera por donde más
quisiera y Jesús, simplemente comenzó a bajar la cabeza cada vez que me
encontraba en el receso.
Lo sé, quizá merezca lo que ha
pasado después con cada uno de los hombres de mi historia. Fui intencionalmente
mucho más cruel durante muchos años después, con cada uno, con cada chico que
de verdad me mostraba afecto y respeto. Ahora lo pago con creces, y cuando digo
“quédate” es en verdad quédate, en mí, conmigo y para mí. No esta noche, no una
hora, no lo que dura una verga dura o en lo que calmo mi ansiedad. Lo cierto es
que no lo digo a menudo, y podría resumir a tres la cantidad de personas que me
lo han escuchado decir, y una más a la que sólo se lo dije en mi mente, pues de
antemano sabía que se marcharía.
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