miércoles, 28 de mayo de 2014

Detrás de cada Te Quiero. Primera parte

¿Qué hay detrás de cada te quiero? ¿Qué hay debajo del calor de un abrazo? ¿Qué significado esconden las frases: “quédate” “no te vayas” “duerme conmigo”? La primera vez que me hice éstas preguntas, lo había encontrado saliendo de su cuarto alrededor de las 11 de la noche, bañado y perfumado. Salió silbando y sonriente, al encontrarnos le pregunté a dónde iba y sólo dijo que saldría un rato. Yo sospechaba desde hacía un par de semanas que tenía una mujer fuera de los cuartos de esa casucha vieja, pero jamás me había atrevido a preguntar, ¿sería eso normal, tendría yo el derecho? Él decía que me quería y yo le creía, me pedía que fuera cada noche a su cuarto y yo iba, me pedía que le escribiera cartas, que lo abrazara, que me quedara y le dijera te quiero; y yo, yo lo hacía y en este punto de la historia sé que lo sentía, lo amaba de una forma que no conocía antes, quizá por eso de pronto el saber que “salía” por las noches antes de verme me dejaba como un piquete en el corazón.

Esa noche llegó más de madrugada que de costumbre y entonces le pregunté: ¿tienes novia? Confieso que no recuerdo su respuesta, no recuerdo nada más. Me quedó sólo la certeza de no saber el significado de nada, de que quizá el amor no era nada de lo que yo sentía ni pensaba, de que a partir de ese momento no volvería a entender jamás el significado de un abrazo, de un te quiero, de un quédate…
Todavía me pasa. Es quizá que no entiendo aún el significado que todos le dan a las letras, a los mensajes faciales, corporales o verbales; quizá no entiendo incluso el significado del sexo. Tal vez todo para mí tiene matices distintos, de mil colores, de mil formas…

Después de esa noche decidí que yo también podía tener novio o novios, así me fui a la escuela al día siguiente pensando en decir sí al primer chico que esa tarde me lo pidiera, después de todo a diario me lo pedía más de alguno. Me había quedado claro que la fidelidad no entraba dentro del sistema de amor que yo estaba viviendo. Aun no entiendo por qué, pues para mis ojos no existía otro hombre con el que yo quisiera estar, a pesar de no sentir básicamente nada con eso que llamaban “hacer el amor” y finalmente, ¿qué significaba eso? Si el amor, me parece, no se hace juntando los sexos y pidiendo que el otro se quede a dormir, pero claro eso lo pienso ahora.

El afortunado se llamaba Jesús, un chico de sexto grado, un par de años mayor a la edad correspondiente a esa grado; moreno, chaparro, gordo y feo, sus mejores cualidades: saber hacerla de perro guardián. Recuerdo que le dije sí sin chistar, pero luego me dio un tremendo asco cuando quiso besarme, así que le dije que seríamos novios pero sólo podríamos tomarnos de la mano, no besos, no abrazos. Me miraba con ojos de borrego a medio morir y aceptó mis condiciones, durante varias tardes babeaba cada vez que me encontraba en el receso y a todos sus amigos les dijo que yo era su novia, lo cual me molestó demasiado, me avergonzaba de él, en mi fantasía había pensado tener novio sólo para contárselo a mi tío pero ahora toda la escuela lo sabía. Tomé cartas en el asunto, comencé a coquetear con un chico de sexto del otro grupo y bueno…la historia ya la conocen, su novia terminó diciéndome que me lo regalaba y que me lo metiera por donde más quisiera y Jesús, simplemente comenzó a bajar la cabeza cada vez que me encontraba en el receso.


Lo sé, quizá merezca lo que ha pasado después con cada uno de los hombres de mi historia. Fui intencionalmente mucho más cruel durante muchos años después, con cada uno, con cada chico que de verdad me mostraba afecto y respeto. Ahora lo pago con creces, y cuando digo “quédate” es en verdad quédate, en mí, conmigo y para mí. No esta noche, no una hora, no lo que dura una verga dura o en lo que calmo mi ansiedad. Lo cierto es que no lo digo a menudo, y podría resumir a tres la cantidad de personas que me lo han escuchado decir, y una más a la que sólo se lo dije en mi mente, pues de antemano sabía que se marcharía.


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