lunes, 4 de julio de 2011

PREAMBULO

No todas las buenas historias comienzan con un evento trascendente, muchas simplemente ocurren en cualquier día normal, en una casa cualquiera o a una persona solitaria. La mía quizá no sea una buena historia, si lo vemos desde la perspectiva del comienzo, sin embargo ese evento tan común en toda mujer, el simple hecho de comenzar mi ciclo menstrual, determinó el inicio también de mi vida sexual de una forma forzada, no elegida por mí, que no obstante me doy cuenta que determinó en gran parte mis impulsos y deseos sexuales de mi vida adulta.


 

Este es un diario a retrospectiva, es decir, se ha escrito muchos años después de que sucedieron los eventos aquí descritos. Todos ellos son reales, pero no me atrevería a afirmar que son exactos, pues por el paso del tiempo así como las emociones que me despiertan sus recuerdos conjugadas con las emociones propias de la experiencia en sí, convertirán cada relato en un reflejo subjetivo de un evento del pasado.


 

Así pues me remontaré al día en que me llegó la regla, no recuerdo el día, pero sé que faltaban justo 6 días para que cumpliera mis 9 años de edad, por lo que debió ser en Agosto del 96, hace aproximadamente 15 años.


 

Era una tarde cualquiera, no había ocurrido nada importante en el día, mis horas pasaban como siempre, yo tirada en el patio de la casona de la abuela sin nada que hacer más que disfrutar de las nubes en el cielo.


 

Recuerdo que al ir al baño me asusté, mi ropa interior estaba toda manchada de rojo, luego recordé lo que me había comentado papá: "te estás desarrollando muy rápido para tu edad y por eso debes saber…"con esas palabras comenzó mi educación acerca de la reproducción humana por parte de mi padre. Agradecí en el momento que ya sabía qué hacer. Mamá no estaba, ni nadie más, era sólo yo y papá, quien tampoco estaba por el momento, así que salí del baño directo a la tienda de la esquina donde me vendieron un paquete de esas toallas que parecían pañal, lo envolvieron primero en periódico y me lo entregaron dentro de una bolsa negra con el objetivo de que nadie viera lo que contenía el paquete. En ese tiempo aún era mal visto que las toallas sanitarias se exhibieran en la calle o cualquier lugar, por lo que las vendedoras eran muy discretas, incluso te hacían esperar en la tienda para entregártelas si por alguna razón había un hombre comprando algo. Así pues, salí de la tienda temerosa, sabiendo que en esa bolsa de plástico negra llevaba un paquete de toallas sanitarias y que cualquiera que me viera podría saberlo sólo por el hecho de que iban en una bolsa negra, lo cual era verdaderamente vergonzoso.


 

Intenté ocultarlas al entrar a la casa. Me topé en el patio con mi tío (a quien a partir de ahora sólo llamaré así, tío), me sorprendió el verle, pero sobre todo me asustó el que pudiera descubrirme, así que oculté el paquete detrás de mi espalda y en ningún momento le dí la espalda al caminar, creo que fue como decirle: "¡mira, mira lo que traigo, ya soy mujer!" o ese fue el mensaje que él leyó. Pesé a mis intentos y aún no sé cómo, se dio cuenta de que guardaba mi paquete y con una sonrisa pícara sólo dijo: "ya sé lo que traes allí".


 

Así fue como comenzó todo.


 

2 comentarios:

  1. Este primer escrito tuyo junto con la palabra "pudorosos" en la dirección del blog dan un juego de palabras que me arranca una sonrisa.

    Tanto era el pudor de la sociedad, que era impensable ir por la calle con un paquete de toallas sanitarias como lo haríamos con una bolsa de sabritas...

    Seguiré leyendo cuanto publiques, aunque no siempre comente.

    ResponderEliminar
  2. Naga, agradezco tu comentario, también me ha parecido particularmente interesante tu blog y efectivamente ya te sigo.

    ResponderEliminar