martes, 10 de diciembre de 2013

Las cosas cambian



Una nube de arena borró mis recuerdos desde ese evento hasta los 10 años de edad. Un poco más de un año de mi vida borrado de mi memoria. Desde ese evento los recuerdos son marañas de emociones, confusiones, sensaciones y dolores sin tiempo, sin espacio, sin forma y por lo tanto me es imposible plasmar, he tardado tanto tiempo en intentarlo que ahora que lo hago quedo agobiada y extremadamente cansada al no lograrlo.

Pero en cada esfuerzo aparece algo. Una invasión de tristeza en todo mi cuerpo. Se me nublan los ojos, me quedo ausente y una parte de mi vuelve a tener 9 años.

No se sorprendan entonces si a partir de aquí la historia da un vuelco de 360°. A los 10 años y medio he pasado de ser la niña tímida, triste todo el tiempo, callada, que se aterraba en cuanto se acercaba un hombre no importa que fuera mi propio padre, la que lloraba todas las noches teniendo pesadillas, la que comenzó a odiarse y sentir que no valía nada…a ser una adolescente completamente rebelde, coqueta en extremo, seductora, noviera y extremadamente agresiva y con un vocabulario bastante florido.

Cuarto grado de primaria fue el mejor de la educación primaria, me hice mi fama en la escuela: “roba novios” así me decían, la verdad no se acercaba ni tantito a ese título, pero ya saben “crea fama y échate a dormir” y yo dormía plácidamente. Mis problemas se terminaron cuando inventé ser parte de una banda, en la escuela dejaron de molestarme, sin embargo mi fama de roba novios me cobraba algunos centavos extra. Había un chico en sexto, muy guapo (al menos así lo recuerdo), alto, delgado, moreno, coqueto y tenía novia, una de las gemelas de la escuela, eran las únicas gemelas así que toda la escuela las conocía.

Él se apellidaba Caballero y hacía honor al mismo, siempre fue un caballero conmigo y con todas las que le rodeaban. A mí me gustaba eso era verdad, pero mis amigas se encargaron de repartir rumores en los grupos de que él quería conmigo y yo con él. Las reacciones no se hicieron esperar, cuando nos encontrábamos en el receso él me sonreía, una vez se acercó a preguntarme si yo era…C. por supuesto eran mis momentos para coquetear con él, pero él sabía ser fiel a su novia. Así que un día se me ocurrió usar a mis amigas y su curiosidad para romper esa relación. Escribí dos cartas, cada una con una letra diferente. El plan era entregar las cartas al mismo tiempo cuando ambos estuvieran separados, durante el receso. Una carta iba dirigida a Caballero y otra a la novia. Cada carta decía básicamente lo mismo con palabras distintas, mi imaginación y la facilidad para escribir me ayudó bastante. Caballero terminaba a su novia en la carta y su novia terminaba a Caballero en la carta que él recibía. Mi plan era perfecto. Lamentablemente todo salió mal, una de mis amigas cometió el error de entregar más tarde la carta a Caballero, por lo que la novia tuvo oportunidad de hablar con él y reclamarle el que la terminara, obviamente él le dijo que no sabía de qué hablaba, así que la novia fue muy molesta hasta mi salón preguntó a todos por mi nombre, todos me señalaron: ella es C.

Ahora que lo recuerdo fue bastante divertido. No puedo evocar su nombre, sólo su imagen, mujer de pequeña estatura, ni delgada ni gorda, morena con manchas rojizas sobre las mejillas y unos cuantos granitos que le hacían ver el rostro bastante llamativo, pelo corto, negro y ensortijado. Me preguntó a gritos si yo había escrito esa carta, le dije no saber de qué carajos hablaba, ella estaba divertidamente molesta, quería golpearme pero yo me mostraba completamente serena e indiferente a sus ataques, lo que la hacía berrear mucho más. Terminó rompiéndome la carta en la cara, gritándome que me lo regalaba, que si tanto quería quedarme con su novio podía metérmelo y sacármelo por donde más se me antojara. ¡Qué bello recuerdo!

Al salir de la escuela ya me esperaban unas chicas banda en la entrada. Eran nada más y nada menos que las hermanas de Caballero, iban a ver quién era esa que se decía pertenecía a la banda de La Metallicas y por su puesto echarme bronca, pues yo no era suficientemente mujer para su hermanito. Dos tipas bastante rudas, pero a mí ya pocas cosas me daban miedo. Las dos hermanas sacaron sus “navajas”, un par de exactos de lámina delgada que se romperían al mínimo intento de usarlas como armas. Detrás de mí estaba Verónica, perrucha con todo y su carita de mosca muerta, su hermana que también era entrona y yo al frente riendo irónicamente de las tipejas que tenía enfrente. –Cuando quieran- les dije –Te buscaremos, así que avisa a tus amiguitas metallicas. –Yo sola puedo con ambas.

Sólo fue un encuentro para medir fuerzas, cuando vieron que no me asustaba se largaron por donde llegaron. Un par de días anduvieron detrás, incluso se presentaron en mi casa, pero nada paso.

Llegué a casa bastante agitada ese día. Mi papá estaba trabajando, había varios clientes en el negocio, así que sólo le dije que ya había llegado desde la puerta y seguí mi camino hacia los cuartos. Una sensación conocida me detuvo al final del pasillo de la entrada, traté de respirar con calma para controlar los acelerados latidos de mi corazón. Toda la casa estaba en calma, mi abuela ya se había encerrado en su cuarto y el resto de la casa estaba a oscuras, me armé de valor para seguir caminando, como siempre mi tío me esperaba escondido en su cuarto, al pasar frente a su puerta salió y me siguió hasta la altura de su taller, allí me llevo dentro, nos besamos apasionadamente.

Su perfume era peculiar, no sé describirlo pero todavía podría reconocerlo, mi memoria tiene el registro de la mezcla de ese perfume con el olor de su pene y sus secreciones. Jamás lo olvidaré. Bien dicen, el cuerpo tiene memoria y ese olor aún me pone la piel como erizo.

-No te vayas. ¿por qué no te puedes quedar? –Tengo que irme, más noche regreso. ¿Te espero en mi cuarto? Lleva tu blusa roja, la que usas para dormir, sólo la blusa, sin nada abajo ok. –Sí, está bien, ¿a qué hora? –Cuando ya todos duerman. –Te quiero. –Yo también te quiero. Un beso largo era nuestro compás de espera hasta que llegaba la madrugada.

Tercer encuentro



En una ocasión antes de ir a la escuela me encontró en la cocina terminando de comer. Cuando había alguien presente le gustaba recargarse en la pared y abrazarme por la espalda, de esta manera yo podía tener los brazos detrás de la espalda acariciando suavemente su pene sin que se dieran cuenta del todo. Esa tarde había alguien más presente y yo acariciaba su pene mientras simulábamos sólo estar recargados uno sobre el otro, pero luego sentí como un calambre, así pensé en ese momento, un calorcito que recorría mi pubis hacia abajo y sin pensarlo tomé sus manos dirigiéndolas hacia mi vientre y hacia abajo. De inmediato las retiro y me dijo en el oído: “No”. Yo me asusté y me retiré. La otra persona ni siquiera se dio cuenta.

Ya en la escuela estaba de moda el chismógrafo. Un cuaderno que alguno de los del grupo elaboraba con una pregunta por hoja y la iba pasando a cada compañero para que respondiera las preguntas, escribir el propio nombre era opcional y sólo los más atrevidos lo hacían. Llevaba ya varios días circulando entre los del grupo, como yo pertenecía al grupito de amigas que había escrito el chismógrafo no me tocaría responder hasta casi el final, así nosotras podíamos enterarnos de lo que todos respondían y ellos no leerían nuestras respuestas. Recuerdo que en sí sólo queríamos espiar a los demás.

Muchas preguntas fueron idea mía, otras más fueron de Verónica, una chica muy guapa, la mayor del grupo, yo tenía alrededor de 9 años y ella tenía 12 años. Era hermana de una chica llamada Ana, casi no se parecían, Verónica era atractiva, de piel blanca, cuerpo de mujer muy bien marcadas sus curvas y delgada, además de alta; la hermana en cambio no era tan agraciada, incluso sus modos eran más rudos y un tanto corriente. Verónica sabía darse su lugar. Ella siempre estaba fascinada con mi cuerpo, mi cintura y mis pechos eran su adoración y a mí me provocaba esa misma fascinación la manera en que podía hacer desaparecer cualquier mínimo rastro de existencia de pechos en ella.

El chismógrafo fue iniciado por ella y terminado por mí. Así que las primeras preguntas eran simples, nombre, edad, si se tenía novio o novia, desde que edad, que era lo más atrevido que habían hecho hasta ahora, si habían fajado…luego venían las mías, preguntaba que partes del cuerpo del otro habían explorado, cómo eran sus besos, si habían hecho el amor (aunque no supiera bien que era eso de hacer el amor), entre otras que no recuerdo.

Cuando el cuaderno regresó esa tarde a nuestras manos, empezamos a leer las respuestas y a platicar de qué significaba hacer el amor, Verónica dijo que era cuando una se hacía mujer pero no quiso explicar nada más. A mí se me grabo esa frase el resto del día.

Al llegar a casa (como siempre sólo estaba mi abuela en la entrada) entré sin avisar que había llegado, el resto de la casa estaba a oscuras así que caminaba despacio para no tropezar, al cruzar el pasillo él salió de su cuarto provocándome un sobresalto, se río y me introdujo a su cuarto. ¿Te asusté? –decía mientras me abrazaba fuerte. Sí, me asustaste mucho tío, ¿puedes explicarme algo? ¿Qué significa la frase hacerse mujer?

Abruptamente me soltó, se sentó en la cama y me colocó de pie en medio de sus piernas. -¿Por qué lo preguntas, dónde lo escuchaste o quién te lo dijo? –Nadie, sólo fueron pláticas en la escuela. -¿Y qué más escuchaste? –Que hacer el amor significa hacerse mujer, pero no entiendo que significa hacerse mujer y entonces no sé qué es hacer el amor. Hubo un silencio prolongado. Acercó su cabeza a mi vientre y me abrazó las caderas, casi murmurando dijo: “yo puedo mostrarte, ¿quieres que te enseñe cómo hacerte mujer?” –nnnoo sé. –Tranquila, no te voy a lastimar sólo quiero sentirte un poco.

…me es difícil evocar este recuerdo. Su cuarto estaba completamente oscuro, no obstante un rayo de luna se filtraba por la ventana que estaba justo frente a la cama. El empezó a acariciar mis nalgas. Yo me quedé muda. Repetía constantemente que no me haría daño. Levantó mi blusa y se detuvo a besar mis labios, luego se puso de pie y se desnudo por completo. Yo no podía ver su cuerpo debido a la oscuridad. Me sentó en la cama y colocó ambas manos mías sobre su pene, yo no sabía qué hacer, estaba muda pero también tiesa, así que él movió mis manos sobre su miembro hacia arriba y hacia debajo de forma firme y regular.

Luego me bajo el pans. En ese momento le dije que tenía miedo y quería irme. Insistió en que no me haría daño, que solo quería sentirme un poco. Bajó mis pantaletas, abrió mis piernas y sentí el dolor más desgarrador que he vivido hasta el día de hoy (físicamente), al mismo tiempo apretó mi boca con su mano para que no se escuchara mi grito. Mientras más se movía, más dolor sentía acompañado de un calor quemante, ardía y no podía más que llorar desesperadamente.

Debí quedar inconsciente un rato, porque cuando desperté estaba recostada sobre la cama con mis pantaletas y mis pans en su sitio, mi tío a un lado desnudo y sentado sobre el borde de la cama, al ver que intentaba incorporarme sin lograrlo me extendió los brazos y casi en silencio preguntó si podía sentarme, aun sollozando le dije que sí pero me dolía mucho estar sentada.

-Hazlo despacio, el dolor se te pasará pronto. Ya eres una mujer. Y salió del cuarto. Yo me quedé llorando y al poco rato salí del cuarto caminando lento, pues el dolor entre mis piernas era intenso. Efectivamente algo había cambiado en mí, pero dudaba mucho que ese dolor significara que ahora era una mujer. ¿Acaso no lo había sido desde que nací?



lunes, 23 de septiembre de 2013

Explorando










Los momentos con él iban cambiando. Las largas pláticas llenas de alegría y risas se fuero acortando y pasaron a ser momentos cortos de soledad con él. Cada vez fue menos frecuente platicar mientras trabajaba en su taller y yo limpiaba los cuartos. Los momentos de acompañarme mientras comía básicamente desaparecieron. En cambio las visitas al corral, al último cuarto de la casona y al cuartito de herramientas del taller cuando ya no había nadie más en casa, se triplicaron.

Poco a poco pero verdaderamente rápido, el estúpido juego de ver qué blusa traía puesta se olvidó desde que entramos a ese cuarto enorme un fin de semana, desde que mamá dijo que todo estaría bien. Ahora siempre quería tocar y morder. Comencé a ser una niña triste. El precio que antes tenía que pagar por sentirme querida y acompañada se había elevado increíblemente y yo ya no quería pagarlo, pero estaba atemorizada.

Mi tío sabía recordarme muy bien lo que ocurriría si mi padre se enterara, cómo se enojaría y me dejaría de querer, cómo podría incluso correrme de la casa porque yo era mala, era una mala mujer, una mala hija. Todo sería mi culpa. Por cuatro años le creí.

Así me fue enseñando cosas. Que los besos no sólo se dan en la mejilla. Que las manos pueden descubrir sensaciones inimaginables hasta ese entonces sólo pasando por ciertas partes de mi cuerpo. Que la lengua sirve para mucho más que hablar y comer. Pero sobre todo, que las miradas rompen cualquier silencio y dicen todo lo que las palabras son incapaces de expresar.

Hubo dos momentos antes de que ocurriera. Durante la semana que duró mi primer menstruación, me llevó al cuarto de atrás de la casa, allí sólo había un montón de triques, en ese tiempo yo estaba en la banda de guerra de la escuela y adoraba los tambores, él lo sabía claro, me dijo que tenía algo para mí y que me iba a gustar mucho, al llegar me mostró de entre toda la gama de cajas un hermoso tambor y dijo -Toma, es tuyo. ¿Te gusta? ¿Tocarías algo para mí? Sentí emoción, en ese momento ingenuamente pensé que lo que había ocurrido días antes en el cuarto enorme de la casona había sido algo así como un mal momento, una pesadilla, algo irreal y que de nuevo tenía el tío que yo quería tanto, el alegre, buena onda y platicador.

Toque algunas piezas durante unos minutos. Luego me ayudó a quitarme el tambor y al quedar frente de mí, me abrazó fuerte y me pidió perdón por haberme asustado días antes, dijo que no quería hacerme daño, que me quería y lo perdonara, que a veces sólo quería abrazarme fuerte y verme porque yo era muy hermosa.

El lloraba y todo lo que dijo fue verdaderamente creíble para mí, quizá por el temor de perder a la única persona que yo consideraba me tomaba en cuenta. Yo lo perdoné. También prometí no decírselo a nadie, pues era parte del perdonar verdaderamente según me dijo. Después me dijo que si podía, sólo por última vez tocar un poco mis pechos.

No recuerdo si respondí o no. Sin embargo los tocó, primero sobre la blusa de forma muy suave, luego ya sin pedir permiso levanto mi blusa y subió el brassiere, siguió tocando y besándolos un momento, al final me abrazó muy fuerte y dijo que era tiempo de irnos.

El segundo evento ocurrió en el cuartito de herramientas del taller, un par de días más tarde. Fue la primera ocasión que alguien besó mis labios. Se sintió deliciosamente extraño y por primera vez mi corazón latió tan rápido como el de mi tío. Mientras colocaba una de mis manos sobre su pecho y él sentía también mi corazón, fue llevando mi otra mano a su entre pierna. Se sentía caliente pero a diferencia de aquella ocasión afuera del baño, esta vez lo que tocaba no era blando sino muy duro, a mi mente acudió el recuerdo del día en el cuarto grande de la casona y me puse a temblar.

-Tranquila- dijo, -No te haré daño recuerdas, lo prometí, sólo quiero que sepas cómo se pone cuando estoy contigo, ¿quieres conocerlo? Es muy suave cuando lo tocas.

Confieso que tenía miedo, pero también curiosidad y además mi cuerpo se sentía extraño, mi corazón latía cada vez más rápido y una especie de calor me recorría la piel y me llenaba todo el cuerpo. Efectivamente era muy suave al tacto y estaba tan duro y extraño como el de aquel tío que estaba desnudo frente a la ventana del cuarto que ahora pertenecía a mi tío y que yo descubrí sin querer.

Después de eso hubo otras ocasiones en que yo tocaba su miembro sobre el pantalón. Era fascinante sentirlo primero suave y blando y después muy duro y grande.