Quizá no aplica conmigo. Nunca es realmente coger por coger, detrás hay
algo más, una mueca, una palabra, una mirada diferente, aunque a mis casi 30
años puedo decir otra cosa. ¿Qué pasa? ¿Te sorprende cómo pasa el tiempo? ¿Esperabas
acaso que los años hicieran una pausa mientras yo intento terminar esta
historia? No querido lector, ciertamente el tiempo sigue su curso, y han pasado
ya tres años desde que comencé a escribir este texto. ¿Qué importancia tiene
mencionarlo? Nada, contextualizar, la misma intención que tuvo el indicar al
inicio que esto sería un diario a retrospectiva, atemporal, no obstante,
inscrito sobre el aura que deja el paso de la vida.
Así, a mis 28 años puedo optar por coger con quien me dé la gana, por el
“solo placer de hacerlo” ¿Será? El mundo también gira fuera de esta historia, y
así como en el sexo se rueda sobre el colchón para cambiar de misionero a
cucharita, y luego rotamos para pasar a la de perrito; en la cotidianidad
giramos y rotamos constantemente, de tal forma que cuando ayer nos pisotearon,
hoy nosotros nos limpiamos el lodo sobre la geta de algún otro pobre idiota. La
vida te va sacando la factura cuando le place y cuando a ti tampoco, un día te
cogen, otras me toca a mí.
Hubo un chico, con cara de perro mamón, de esos medio jotos (sí, los
perros también) me excitaba saber que me deseaba, cada vez que me dejaba entre
ver sus ganas yo me sentía importante, entonces lo provocaba, a veces con
palabras sutiles, otras con descaradas imágenes, siempre lejos, detrás de la
protección y el anonimato que me daba una pantalla de computadora. Se llamaba
Omar, su foto mostraba un rostro redondo, abundante cabellera negra y grandes
rizos, piel clara, complexión robusta. Ni siquiera recuerdo de qué manera
coincidí con él, en ese tiempo estaba de moda chatear por Hotmail, él me
enviaba fotos de su rostro y cuerpo entero, a veces sólo de su pene erecto,
otras veces fragmentos de videos porno mostrándome con ellos cómo quería
cogerme, por el culo, generalmente.
Es una fascinación masculina, dar por culo, me pregunto si en ocasiones
no fantasean, mientras meten su verga en un rico culo apretado de mujer, que
desgarran el igual de estrecho culo de un hombre…
Dejó de enviarme chats cuando me negué a enviar fotos que incluyeran el
rostro, hizo un pancho, se asustó, me amenazó y vociferó que seguramente era
hombre y por ello no quería enviarle fotos de cuerpo y rostro completo. Con su
arranque berrinchudo se acabó mi diversión, me sentí molesta al perder mi juguete
en la web, y tener que buscar en el mundo real, la satisfacción de sentirme
sexualmente deseada, pero además, que incluyera el plus de no poder poseerme.
Hasta que encontré a René.
Digo encontré, quizá debería escribir re-conocí, descubrí, a René, un buen
amigo de casi media vida, que hasta ese momento no había representado para mí
nada más que una mancha en la pared, sexualmente hablando claro está. Una
tarde, con un par de copas encima, me topé con la novedad de su excitabilidad
sexual ante mi coquetería, “divertido” pensé en el momento, “más divertido” me
dije más tarde cuando al mínimo roce de mi mano con su pierna tuvo una erección
y de inmediato me prohibió tocarlo, mirarlo siquiera, respirar cerca de él y
sobre todo sonreír con esa mirada perversa y mordiéndome los labios. Pero yo ya
había encontrado mi sustituto de juguete, reunía los mínimos requisitos: me
deseaba, yo controlaba su deseo a mi antojo y jamás podría poseerme, primero
por ser amigos (lo que pesaba en él, no en mí) y segundo, por ser seminarista.
Su estatus representaba mi más grande protección; siendo seminarista sus
ideales idílicos estaban con Dios y no en la carne humana, al mismo tiempo la
posibilidad de pervertirlo, de hacerlo caer en “pecado” representaba mi más
grande excitación del momento. Pronto me olvidé de Omar, a quien, debo
confesarlo lo buscaba cada noche como se busca el recuerdo del ser amado, quizá
porque aparte de las conversaciones sexuales que llegamos a tener, pudo ser mi
ancla en un momento complicado de mi vida, en el que por segunda ocasión todas
mis bases morales, ideales y filosóficas se habían movido en un temblor
interno, derrumbando muchas y sepultando otras dejándome incapaz de encontrarme
a mí misma.
Así yo lo conocía como Omar, pero yo no tenía nombre cuando él lo
preguntó, y siendo honesta, buscaba en ese momento, en un sitio inadecuado por
su explícito y único contenido sexual, alguien con quien hablar, lo sé muy
absurdo más así soy yo, absurda, incongruente, tiendo a escupir hacia arriba.
Me nombró Eurídice, puesto que me negué a darle mi nombre, no porque no
quisiera, sino porque en ese entonces yo no sabía quién era y mucho menos
reconocía mi nombre.
Sus charlas eran amenas, largas, profundas. Cada noche esperaba hasta
verlo conectado para activar mi chat, fue mi ancla con un fantasma, con la
muerte misma y como consecuencia con la vida, con el retorno del deseo
inexistente hasta meses antes y al esfumarse por completo, me quedé de pronto a
la deriva, sin una protección contra mí misma del desbordamiento de emociones
que mi piel encarecidamente pretendía contener. Sin mi fantasma, me golpeo de
lleno la realidad de la ausencia del único hombre al que verdaderamente he
amado, un amor cierto, profundo, poderoso y mis impulsos autodestructivos se
activaron, iniciando, por supuesto con el incontenible deseo sexual y la
hiperactividad en este ámbito, pero claro que también me asustaba, jamás antes
había sentido la imposibilidad de contralarme, toda esa energía estaba
saludablemente depositada en mi pareja durante varios años, hasta que decidió
marcharse y me quedé aquí, sin saber qué hacer con todo ello.
No, no estoy hablando de mi tío. Cuando él se marchó fue, ahora lo sé,
relativamente sencillo, hubo dolor, comprendí lo que el amor no era, pero como
en lo sexual nunca hubo placer, a pesar de sentir deseo me fue sencillo
ignorarlo, ni siquiera tuve que recurrir a la masturbación para descargar la
tensión. Siempre estuvieron para eso los libros, Eugenia Grandet, Papá Goriot,
Mujercitas, La abuela y los sacerdotes, Diálogos con el Diablo, Responde como
un hombre, El puente de Cassandra, entre mil más, que mantenían mi gran
actividad soñadora y la líbido en otra parte, lejos del mundo real tan
peligroso, tan doloroso; si por alguna razón no eran suficientes siempre
quedaba el escribir, la música y
conforme fui creciendo, el deporte, la competencia física que al final
se parece mucho a un combate en la cama.
Hablo del amor de mi vida, de Mi Hombre, de ese que sin tocarme, incluso
sin verme la primera vez, me provoco un orgasmo espiritual, y mi alma se quedó
pegada a sus ojos para la eternidad. No obstante, se fue, como se han ido todos
desde que mi tío llegó a mi vida. A veces, aún lo busco en los fantasmas de la
red, en otros rostros y otros cuerpos, en otra piel; cuando alguien me propone
tener sexo, cuando alguien platica más de una hora conmigo logrando mantener mi
atención, cuando lo extraño, cuando sé que en ese seguro no está. Por eso,
coger por coger no va conmigo, siempre hay algo más: una mirada, unos labios,
una forma de hablar, un deseo…