Intenté hacerlo, la verdad creo que no me salió del todo bien. Mi
refugio fue recabar una serie de escritos que formaban una historia real,
aunque oculta, una serie de cuentos que para mí representaban mucho más allá
del significado literal de las historias, luego imprimí varias copias y las
repartí al azar entre mis amigos. Ese fue mi refugio, mi consuelo, mi perdón y
mi ancla. Después de eso volví a perderle el rastro a Daniel y no lo he visto
ya, quizá en un par de décadas más me lo encuentre por la calle.
La primera vez que sentí terror, la primera vez que me tocaron, mi
refugio fue el soñar. Me tiraba y rodaba en el piso imaginando historias,
cuentos de hadas donde siempre era rescatada y me llevaban lejos de casa, a un
lugar lleno de árboles, cerros y mariposas, donde corría libre y siempre
riendo, donde sentía el viento en el rostro y mis manos por alguna razón
siempre estaban abiertas hacia el cielo. Todavía sé soñar, por si les surgió la
duda. De vez en cuando me sorprendo volando alto, persiguiendo mariposas o
escuchando las hojas de un árbol al roce con el viento; lamentablemente estos
sueños resultan no ser tan protectores como en la infancia, me dan algo de paz,
pero la angustia no desaparece.
Con el tiempo descubrí que el sexo, además de todas las acepciones ya
referidas a lo largo de mi historia, resultaba ser también una especie de
guarida, un refugio más o menos doloroso, más o menos confuso y de vez en
cuando, atentaba ser incluso placentero.
Después de Daniel llegaron innumerables listas de amigos hombres, pero
ningún novio. En cuanto vislumbraba la posibilidad me alejaba, prefería
mantener amores platónicos o imposibles, como ese chico guapísimo que era
basquetbolista, o como ese hombre jovial y coqueto que por las tardes me
instruía en las artes del deporte y el atletismo…Lo nombraré Manuel. No, no
puedo nombrarlo Manuel, porque ese nombre pertenece a un hombre enorme y gordo,
muy gordo, trabajador de mi abuelo y ayudante de mi tío, fue quizá, el segundo
en darse cuenta que algo ocurría entre mi tío y yo. Una tarde cualquiera,
supongo yo que luego de hacer sus conjeturas al respecto, se acercó al negocio
familiar que yo cuidaba y me propuso algo, dijo más o menos esto:
“hola. Sabes que me voy a casar pronto ¿verdad? –Sí, me dijo mi papá. –Bueno
es que yo quería proponerte algo antes de casarme, pero no sé si deba… -Se notaba
bastante nervioso, un hilo de sudor recorría su frente y al estar de pie frente
a mí su enorme panza gelatinosa temblaba. –Pues no sé, dime y ya veremos.
-¿Segura? Mi sexo sentido ya intuía hacía donde quería llegar, sentí más asco
que el normal cada ves que lo veía, así que sólo esperé a que continuara. –Quisiera
pedirte que hicieras conmigo algo de lo que haces con…tu tío. -¿Y qué hago con
él? –Tú sabes… Sus manos comenzaron a detallar la silueta de un pecho, con algo…un
objeto de fierro que no recuerdo qué era, siguió hablando de lo grandes y
hermosos que eran los míos, de cómo yo era tan pequeña y tenía esos hermosos
pechos y de que cuando se casara ya no podría verlos, así que sólo me pedía ese
favor, un beso, un beso a mis pechos y nada más.
Le dije que sí para que se fuera. Desde entonces evitaba encontrármelo. Jamás
me vio un seno desnudo y mucho menos lo besó. Ahora mismo siento náusea con ese
recuerdo intruso que evitó que les platicara de ¿M…oisés? Si no les importa le
dejaré ese nombre, Moisés no es tan mal nombre, su historia queda pendiente por
hoy.