Los momentos con él iban
cambiando. Las largas pláticas llenas de alegría y risas se fuero acortando y
pasaron a ser momentos cortos de soledad con él. Cada vez fue menos frecuente
platicar mientras trabajaba en su taller y yo limpiaba los cuartos. Los
momentos de acompañarme mientras comía básicamente desaparecieron. En cambio
las visitas al corral, al último cuarto de la casona y al cuartito de
herramientas del taller cuando ya no había nadie más en casa, se triplicaron.
Poco a poco pero verdaderamente
rápido, el estúpido juego de ver qué blusa traía puesta se olvidó desde que
entramos a ese cuarto enorme un fin de semana, desde que mamá dijo que todo
estaría bien. Ahora siempre quería tocar y morder. Comencé a ser una niña
triste. El precio que antes tenía que pagar por sentirme querida y acompañada
se había elevado increíblemente y yo ya no quería pagarlo, pero estaba
atemorizada.
Mi tío sabía recordarme muy bien
lo que ocurriría si mi padre se enterara, cómo se enojaría y me dejaría de
querer, cómo podría incluso correrme de la casa porque yo era mala, era una
mala mujer, una mala hija. Todo sería mi culpa. Por cuatro años le creí.
Así me fue enseñando cosas. Que
los besos no sólo se dan en la mejilla. Que las manos pueden descubrir
sensaciones inimaginables hasta ese entonces sólo pasando por ciertas partes de
mi cuerpo. Que la lengua sirve para mucho más que hablar y comer. Pero sobre
todo, que las miradas rompen cualquier silencio y dicen todo lo que las
palabras son incapaces de expresar.
Hubo dos momentos antes de que
ocurriera. Durante la semana que duró mi primer menstruación, me llevó al
cuarto de atrás de la casa, allí sólo había un montón de triques, en ese tiempo
yo estaba en la banda de guerra de la escuela y adoraba los tambores, él lo
sabía claro, me dijo que tenía algo para mí y que me iba a gustar mucho, al
llegar me mostró de entre toda la gama de cajas un hermoso tambor y dijo -Toma, es tuyo. ¿Te gusta? ¿Tocarías algo
para mí? Sentí emoción, en ese momento ingenuamente pensé que lo que había
ocurrido días antes en el cuarto enorme de la casona había sido algo así como
un mal momento, una pesadilla, algo irreal y que de nuevo tenía el tío que yo
quería tanto, el alegre, buena onda y platicador.
Toque algunas piezas durante unos
minutos. Luego me ayudó a quitarme el tambor y al quedar frente de mí, me
abrazó fuerte y me pidió perdón por haberme asustado días antes, dijo que no quería
hacerme daño, que me quería y lo perdonara, que a veces sólo quería abrazarme
fuerte y verme porque yo era muy hermosa.
El lloraba y todo lo que dijo fue
verdaderamente creíble para mí, quizá por el temor de perder a la única persona
que yo consideraba me tomaba en cuenta. Yo lo perdoné. También prometí no
decírselo a nadie, pues era parte del perdonar verdaderamente según me dijo.
Después me dijo que si podía, sólo por última vez tocar un poco mis pechos.
No recuerdo si respondí o no. Sin
embargo los tocó, primero sobre la blusa de forma muy suave, luego ya sin pedir
permiso levanto mi blusa y subió el brassiere, siguió tocando y besándolos un
momento, al final me abrazó muy fuerte y dijo que era tiempo de irnos.
El segundo evento ocurrió en el
cuartito de herramientas del taller, un par de días más tarde. Fue la primera
ocasión que alguien besó mis labios. Se sintió deliciosamente extraño y por
primera vez mi corazón latió tan rápido como el de mi tío. Mientras colocaba una
de mis manos sobre su pecho y él sentía también mi corazón, fue llevando mi
otra mano a su entre pierna. Se sentía caliente pero a diferencia de aquella
ocasión afuera del baño, esta vez lo que tocaba no era blando sino muy duro, a
mi mente acudió el recuerdo del día en el cuarto grande de la casona y me puse
a temblar.
-Tranquila- dijo, -No te haré
daño recuerdas, lo prometí, sólo quiero que sepas cómo se pone cuando estoy
contigo, ¿quieres conocerlo? Es muy suave cuando lo tocas.
Confieso que tenía miedo, pero
también curiosidad y además mi cuerpo se sentía extraño, mi corazón latía cada
vez más rápido y una especie de calor me recorría la piel y me llenaba todo el
cuerpo. Efectivamente era muy suave al tacto y estaba tan duro y extraño como
el de aquel tío que estaba desnudo frente a la ventana del cuarto que ahora
pertenecía a mi tío y que yo descubrí sin querer.
Después de eso hubo otras
ocasiones en que yo tocaba su miembro sobre el pantalón. Era fascinante sentirlo
primero suave y blando y después muy duro y grande.